Para los ingleses que vivieron el período
1940-41, el sonido de una sirena debía ser lo más parecido al aliento de la Muerte acercándose y ondeando la guadaña sobre su tétrica figura. Fueron los años en que Hitler ordenó a la
Luftwaffe vomitar toneladas de bombas sobre varias ciudades del país pero con atención especial a
Londres, con la intención de que semejante presión llevase a Inglaterra a salir de la guerra o a quedar inerte ante la consiguiente invasión. Pero, pese a causar
veintitrés mil víctimas y destruir un millón de viviendas, la ciudad
aguantó estoicamente tanto esos
raids aéreos como los lanzamientos posteriores, desde 1944, de los proyectiles
V1 y
V2.
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Los londinenses utilizaron el Metro como refugio antiaéreo |
Uno de los sitios emblemáticos de la historia de la capital británica -y, por ende, de todo Reino Unido- se encuentra muy cerca del número 10º de Downing Street, en la parte trasera de la manzana donde tiene su residencia oficial el primer ministro. Allí hay una calle paralela llamada King Charles en la que un portal encajonado bajo una escalinata pasaría desapercibido de no ser por el grupo de turistas que hacen cola para entrar y un pequeño cartel que indica el porqué. Se trata de las
Churchill War Rooms, el lugar desde donde
Winston Chuchill dirigió su gabinete ejecutivo durante la
Segunda Guerra Mundial.
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Cartel para distinguir a amigos de enemigos |
Un
búnker subterráneo que, afortunadamente para los aficionados a la Historia (y al turismo), no se desmanteló al acabar el conflicto sino que, con esa característica y envidiable afición británica a conservar los elementos de su patrimonio histórico que puedan servir de testimonio de su pasado, se decidió mantener y arreglar para abrirlo al público e ilustrar a éste sobre aquellos difíciles años del
Blitz. Se divide en dos partes, las
Cabinet War Rooms y el
Churchill War Museum, ambos integrados en ese macromuseo descentralizado y repartido en varias sedes por
Inglaterra que es el
Imperial War Museum.
Para ser honestos, el Cabinet no abrió al público general hasta fecha relativamente reciente, 1984, tras una serie de trabajos de restauración y acondicionamiento para visitas masivas (aún hoy es necesario acceder en pequeños grupos, dada la limitación de espació en la mayor parte del recorrido) que impulsó Margaret Thatcher, que para eso era admiradora declarada de Churchill. Antes sólo se entraba en número limitado y con cita previa, pues el sitio se había conservado pero en estado de abandono (de hecho, se había estado usando como almacén). El resultado fue tan bueno que el museo ganó el premio del Consejo de Europa 2006 y a partir de entonces recibe cientos de miles de visitas anuales.
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El dormitorio de Churchill en el búnker. Apenas lo utilizó |
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Parte de las condecoraciones expuestas |
La primera propuesta para hacer un búnker se formuló en 1936, cuando la RAF (Royal Air Force) detectó la vulnerabilidad de Londres a
ataques aéreos. En consecuencia, se desarrolló un plan para, en caso de guerra, dispersar las oficinas de la administración por todo el país. Pero a partir de 1938 también se acometió la construcción de un
refugio subterráneo fortificado aprovechando la estación de Metro abandonada de Down Street, abierta al público hace unos días tras una cuidada restauración. Sin embargo, aunque se habilitaron varias estaciones más con el mismo fin, hacía falta algo más grande, una sede unificada
a prueba de bombas que pudiese albergar a todo el gobierno en caso de alarma, para lo cual se aprovecharon los sótanos de un edificio público en pleno centro urbano. Allí se situaron habitaciones para los ministros y mandos militares, salas de reuniones, estación de comunicaciones, enfermería y una Central War Room o
Sala Central de Guerra para seguir la evolución de ésta.
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Las paredes están cubiertas de mapas con indicaciones de tropas y sus movimientos |
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La estación de radio |
El complejo empezó a utilizarse pocos días antes de la invasión de Polonia por los alemanes. Es decir, el propio
Neville Chamberlain llegó a trabajar en él. Churchill, que le sustituyó en mayo de 1940, decidió dirigir las operaciones bélicas desde allí, a salvo bajo una
gruesa bóveda de hormigón de metro y medio de grosor que fue triplicando la extensión de su paraguas protector a medida que se añadían estancias: oficinas, dormitorios para el personal, servicios, despachos, centralitas...
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La centralita telefónica |
Fotos: JAF y Marta B.L.
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