Ávila, mártires y juramentos sagrados


Ávila es una ciudad monumental de cabo a rabo cuyos iconos más conocidos son las murallas, Santa Teresa y la ermita del Humilladeros (los Cuatro Postes), pero que rebosa de muchos más sitios de interés, casi todos históricos: iglesias, palacios, la Catedral, monasterios, conventos, jardines, museos, torreones, puentes, mercados, casonas... Visitar esa urbe es como entrar en el túnel del tiempo y viajar al pasado, aunque se haría difícil determinar con exactitud la fecha porque se suceden los siglos, se sobreponen los estilos, se agolpan los detalles.

Uno de los rincones más recomendables es la Basílica de San Vicente, un templo construido extramuros en el lugar en que, según la tradición, fueron martirizados y enterrados los santos Vicente, Sabina y Cristeta. Eran tres hermanos que se negaron a realizar ofrendas a los dioses romanos y por ello fueron desollados y ejecutados, durante la persecución de Diocleciano, a principios del siglo IV d.C. Una historia que tiene diferentes versiones y en la que no faltan los tópicos habituales, como el inevitable milagro, en este caso haber dejado sus huellas en una losa (conservada, ejem, en un monasterio de Talavera de la Reina); o la traición de un judío que más tarde se arrepintió, recogió sus cuerpos y los enterró piadosamente en el hueco de una roca, sobre la que se levantó luego la basílica.

Los restos mortales de los hermanos se trasladaron de un sitio a otro, primero por la invasión musulmana y después por la desamortización de 1835, hasta su regreso a Ávila en 2002. Al menos en parte, pues como es habitual al tratarse de reliquias, están repartidas por varios rincones de España, desde la citada Talavera hasta Burgos. Curiosamente, en el caso de la basílica no están guardados en la cripta sino en una urna situada en el altar mayor.

La iglesia empezó a construirse en el año 1130, pero los trabajos se vieron interrumpidos a menudo por la coyuntura y la falta de recursos, de manera que no se retomaron hasta unas décadas después gracias a la financiación ofrecida por los reyes Alfonso X y Sancho IV, concluyéndose bastante más tarde, en el siglo XIV. Aún habría de experimentar reformas en el XIX y hasta la mitad del XX, pero San Vicente fue un caso poco habitual de intervención respetuosa, con lo que mantiene su aspecto original. 

Tiene la planta de cruz latina característica del románico, con tres naves de seis tramos, brazo de crucero con cimborrio y triforio sobre las naves laterales, que están cubiertas con bóveda de cuarto de cañón mientras la central es nervada, preludiando el gótico (se cree que el arquitecto fue el francés Giral Fruchel, introductor del nuevo estilo en España). Exteriormente, destaca sobre todo la fachada occidental, con una portada de cinco arquivoltas, alero esculpido, tímpano y parteluz. La cabecera presenta tres ábsides y está erigida justo sobre la cripta, que es el escenario estrella para el visitante y en la que se puede ver la roca de la leyenda a la derecha.
 
El cenotafio, antes de la restauración

Pero el verdadero atractivo se debe al espectacular cenotafio dedicado a los hermanos mártires, cuya magnífica conservación realza aún más la calidad de la que se considera una de las mejores obras románicas del país en su estilo, fechado en el siglo XII si bien en el XV se le añadió el baldaquino gótico. Éste es de madera, pero el cenotafio es de piedra y está policromado en vivos colores, que salieron a la luz gracias a una restauración hecha en 2007, pues antes lo recubría una absurda capa de pintura blanca dieciochesca.

El cenotafio ahora, con todo su colorido

El tema decorativo es la narración en plan cómic del martirio de Vicente, Sabina y Cristeta, añadiéndose otros del Nuevo Testamento, como el pasaje de los Reyes Magos, y un Pantocrátor. Justo debajo de éste último se encuentra la llamada Rosa Juradera, donde se ponía la mano para, como indica su nombre, jurar por lo más sagrado, siguiendo una costumbre que prohibiría Fernando el Católico en 1505. El de San Vicente era el tercero de los templos castellanos que acogían esa curiosa prerrogativa, junto a junto al de San Isidoro (León) y Santa Gadea (Burgos). ¿Recuerdan la leyenda del Cid exigiendo al rey Alfonso VI que jurase no haber participado en la muerte de su hermano Sancho?

La jura de Santa Gadea en versión de Marcos Giráldez de Acosta
 
Fotos: JAF y Marta B.L.
Foto cabecera: Ávila Turismo
Foto cenotafio color: Fundación Patrimonio Histórico Castilla y León

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