El Salón del Trono



En diciembre de 2016, el rey Felipe VI grabó su discurso navideño en el Salón del Trono del Palacio Real. Para muchos fue un descubrimiento, ya que nunca lo habían visto, pese a que ese edificio (que no es la residencia real pese a lo que dijeron algunas voces poco documentadas; el Rey vive en La Zarzuela y el Palacio Real es de titularidad estatal, o sea de todos los españoles, gestionado por Patrimonio Nacional) es uno de los principales atractivos monumentales del país. Y tiene razones para ello, ya que fue escenario de grandes acontecimientos de la Historia e ilustres personajes pisaron sus exquisitas alfombras, aunque en la actualidad sólo se usa en ocasiones especiales, como la firma del tratado de adhesión de España a la Comunidad Económica Europea, la celebración de la Pascua Militar o el recibimiento del monarca a los invitados a las cenas de Estado.

De hecho, antes recibió otros nombres como Salón de Embajadores, de Besamanos, de Reinos y de Audiencias, lo que deja manifiesta su función. Y, si no, lo terminan de aclarar los dos tronos dorados flanqueados por cuatro leones con el estandarte real detrás que presiden la estancia. Dichos tronos son reproducciones exactas de los de tiempos de Carlos III y los felinos, de bronce y apoyando sus zarpas sobre esferas, originalmente eran una docena; como curiosidad, se puede decir que fueron una iniciativa de Velázquez, que los trajo de Italia para decorar el Salón de los Espejos del viejo Alcázar (recordemos que ese edificio quedó destruido por un incendio en 1734 y en su lugar se levantó el actual palacio, ya en tiempos borbónicos), conservándose siete de ellos en el Museo del Prado. Son obra de Mateo Bonicelli, copiados de los de la Villa Médici de Roma, aunque se parecen bastante a los que hizo el escultor José Bellver para el Congreso, hoy ubicados en los Jardines de Monforte valencianos porque no gustaron y fueron sustituidos por los de Ponciano Ponzano, que ahí siguen.

Hablando de espejos, los que decoran el Salón del Trono, doce unidades colocadas sobre otras tantas consolas rococó que, en conjunto, representan las estaciones del año, los cuatro elementos y los cuatro continentes conocidos entonces, se hicieron también en el país transalpino y se montaron en la Real Fábrica de Cristal de La Granja bajo la dirección de Ventura Rodríguez, que era el arquitecto de la corte hasta que llegó Carlos III con su pléyade de colaboradores italianos y le desplazó en favor de Sabatini. Las consolas se decoran con bustos romanos, candelabros y relojes.

Una de las arañas del techo
 
Velázquez también vino con estatuas de bronce, parte de las cuales estaban firmadas por discípulos de Bernini, que flanquean cada consola. Junto con lo descrito y las arañas del techo, de plata y cristal de roca y traídas ex profeso de Bohemia, provocan un brillante contraste con las paredes, que están forradas de regio terciopelo rojo genovés bordado en plata dorada, aunque el material no es el original porque estaba muy estropeado y hubo que sustituirlo no hace mucho. No sé cuánto durará, ya que Felipe VI ha cambiado el tono carmesí del estandarte real por el azul marino, así que ¿se trocará ese forro de terciopelo por uno del nuevo color? De hacerse, el aspecto general del Salón del Trono sería diferente y rompería una tradición.

Felice Gazzola
Y es que dicho aspecto se ha mantenido prácticamente igual desde el principio porque el único plan de reforma, firmado por Sabatini y el decorador francés Dugourc en 1790, ya durante el reinado de Carlos IV, no se concretó.  Por tanto, lo que vemos es hoy es tal cual lo concibió originalmente Felice Gazzola y Natali, otro de aquellos italianos que vinieron de Nápoles con Carlos III: un ilustrado polifacético (militar, arquitecto, decorador...) que fundó el Real Colegio de Artillería y terminaría apartado del poder cuando recomendó al monarca reprimir sin ambages el Motín de Esquilache; en vez de eso, el Rey optó por la prudencia, depuso al ministro y empezó a sustituir a los italianos por españoles. Pero, antes de eso, fue Gazzola quien en 1764 encargó a Tiéopolo, el último grande del Barroco, que pintara la bóveda estucada de Robert Michel, exaltando alegóricamente la monarquía hispánica. Personalmente, esos frescos me parecen lo más impresionante de la estancia. Uno entra al lugar y primero se queda embobado viendo los tronos, claro, pero luego fija la vista en el techo y empieza a ganar números para una tortícolis.



La ubicación de tan emblemático rincón es en la parte principal de la fachada del palacio, con un ventanal que asoma a la Plaza de la Armería y rodeado de la Saleta, la Antecámara y la Cámara (Salón de Gasparini), con la Sala de Alabarderos detrás. Y en medio muchos, muchísimos visitantes.

Foto cabecera: José Luis Filipo Cabana en Wikimedia
Foto lámpara: Fabio Alessandro Locati en Wikimedia
Foto bóveda: manuelblasdos

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