San José



San José de Costa Rica es algo así como la pariente pobre de las capitales de Iberoamérica. O una de ellas. Y no me refiero a pobre en sentido económico precisamente. Su problema es que no se trata de una ciudad demasiado antigua -nació en 1738, sin siquiera una fundación oficial-, ni grande -apenas 334.000 habitantes- y casi no posee patrimonio monumental porque carece de casco histórico en el sentido habitual, añejo, de la palabra. Gajes de esa fundación tardía, pero también de estar situada geográficamente en una zona de gran actividad sísmica y vulcanológica; algo que le quita pero, la verdad, también le da y, de hecho, la mayoría de los visitantes suelen tener más interés en subir a lo alto del vecino volcán Poás (a 45 kilómetros) o del Irazú (a 54), ambos protegidos como parques nacionales, para contemplar las lagunas verdes que acogen sus respectivos cráteres, antes que pasear por las calles o ver edificios que carecen de ese pedigrí que imprimen los siglos.

Juan Vázquez de Coronado, conquistador de Costa Rica

A esa situación hay que añadir el hecho de que San José sólo empezó a tener importancia en el siglo XIX, de la mano del cultivo de café, que fue el que dio el gran impulso para embellecerla y el que la dotó de una arquitectura vistosa, acorde a su condición de capital. Pero contemporánea ya. De la etapa española no queda prácticamente nada porque entonces la población importante era Cartago, fundada en 1563 por Juan Vázquez de Coronado (sobrino del famoso explorador) en un tiempo en el que Costa Rica era una selva sin mayor interés, habitada por tribus con las que, salvo excepciones, no hubo ni guerras épicas: se mantuvo una relación bastante amistosa, acaso porque el oro no abundaba tanto como había creído Colón, quien por eso le había puesto ese nombre al territorio. 
 
Cartago fue la capital hasta 1820, pero los desastres naturales también se cebaron con ella y, aunque hoy hay una ciudad moderna con ese nombre, son las ruinas de la anterior las que constituyen uno de los grandes atractivos turísticos del país. Ruinas españolas solamente; los indígenas costarricenses -una decena de etnias- no formaban civilizaciones tan grandes como las de otros rincones continentales, salvo quizá la de los chorotegas. Donde hoy se ubica San José vivían los huetares, que fueron derrotados por Francisco Hernández de Córdoba; un tipo al que Hernán Cortés describió como "el de la la nariz grande y las preguntas redundantes" (o sea, narizotas y pelmazo) y que terminó ejecutado por traición por orden de Pedrarias Dávila, capitán general de la Castilla del Oro (gobernación que englobaba las actuales Costa Rica, Nicaragua, Panamá y parte de Colombia) y heredero de Coronado.

Mapa de la Castilla del Oro

Así que, si bien la nueva capitalidad le dio un primer impulso, especialmente tras la independencia y al solventarse una división nacional interna cuyo otro polo era la ciudad de Heredia, el verdadero motor de desarrollo para San José fue la prosperidad económica que llevó la industria cafetera y que permitió dotarla de edificios de fuste, encargados por la nueva burguesía pujante. El más conocido, todo un icono, es el Teatro Nacional, erigido en 1890 en estilo neoclásico y ubicado en una agradable plaza muy frecuentada, la de Juan Mora Fernández, que se encadena con otra igualmente dinámica, la de la Cultura. Pero hay más ejemplos, casi todos nacidos en un período que abarca desde la última década decimonónica hasta los años treinta del siglo XX: el neomudéjar Castillo del Moro, el neorrenacentista Edificio de Correos y Telégrafos (actual sede del Museo de Numismática), el art decó Herdocia, el ecléctico Maroy o el Cuartel Bellavista (reconvertido en Museo Nacional), por citar algunos. 

El Teatro Nacional, en la concurrida plaza Juan Mora Fernández
 
Como se aprecia, tampoco faltan equipamientos culturales y de ocio. Además de los citados, destacan el Museo del Jade (que tiene la colección de piezas de esta piedra más grande del mundo), el Museo del Oro Precolombino (interesante para descubrir los poco conocidos pueblos indígenas costarricenses), el Zoo Simón Bolívar, los siempre pintorescos mercados tradicionales (Borbón, por ejemplo), el Parque Nacional de Diversiones...


La Avenida Central de San José en 1885 y hoy en día
 
Hablando de parques, dos espacios naturales a considerar son el Metropolitano La Sabana y el Parque Nacional; en este último se ubica el Monumento Nacional, conjunto escultórico que conmemora la expulsión de William Walker. No todo el mundo ha oído hablar de éste, pero fue todo un personaje: un aventurero-filibustero estadounidense que, tras fracasar en su intento de arrebatar la Baja California a México en 1853-54, volvió a lanzarse a una inaudita aventura similar al año siguiente pero algo más al sur, logrando crear de la nada una república centroamericana y ser su presidente antes de caer derrotado por una coalición de los países de la región liderada por Costa Rica. El actor Ed Harris lo encarnó en una película en 1987. Por cierto, la tradición cuenta que fue durante ese conflicto cuando nació la expresión tico como gentilicio coloquial de costarricense, derivado de la afición que sus habitantes tienen a los diminutivos al hablar.

El característico sentido del humor tico

Por lo demás, San José es un ejemplo de algo que aquí nos resulta sorprendente, como un callejero sin nombres: en su lugar se utilizan números que, al asociarse al barrio en que se encuadran, no resultan tan difíciles de localizar como podría parecer a priori. El barrio histórico josefino se llama Amón y tiene un aire europeo, occidental, bien urbanizado y con edificios modernos, frente a otros de un sabor más claramente americano, de casas bajas, fachadas de colores y sabor caótico; ya saben, muchísima gente, puestos de fruta cada pocos metros, paredes empapeladas con todo tipo de pasquines... También hay, por cierto, un barrio chino con su puerta monumental y una estatua de Confucio a la entrada.

Dicen que San José es la capital más segura del continente, aunque eso no concuerda con la enorme cantidad de alambradas de espino que envuelve la mayoría de las viviendas unifamiliares. El tono definitivo lo ponen el calor tropical y el demencial tráfico rodado, cuyo habitual atasco del mediodía, el mayor en que recuerdo haberme visto atrapado, estuvo a punto de hacerme perder el avión de regreso pese a haber salido del hotel con tres horas de antelación; y eso que el aeropuerto está a sólo a 18 kilómetros.

Típica escena costumbrista en la calle 16
 
Fotos: Marta B.L. y JAF
Foto Avenida Central: Tillor87 en Wikimedia

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