Mi encuentro con el dios Naylamp en Túcume


Aunque la civilización inca ha monopolizado prácticamente la imagen popular sobre Perú, hubo varias culturas anteriores o coetáneas de las que el país sudamericano conserva abundantes restos arqueológicos: Chavín, Moche, Nazca, Huari, Chimú, etc. La que me interesa destacar hoy es la Sicán, a la que ya dediqué el último post. Sólo que, entonces, centrándome en uno de sus representantes más notables, el Señor de Sicán, cuya espléndida tumba fue excavada en una de sus capitales, Batán Grande; también nos recreamos en el museo creado ex profeso para exhibir todas las piezas y cuerpos encontrados.

Por supuesto, decía también, no perdí la oportunidad de acercarme a la zona cuando visité Perú y, tras un recorrido por el citado museo, que sirve para hacerse una idea general sobre los sicán, me desplacé hasta la otra capital histórica, Túcume, que está a unos 33 kilómetros de la actual Chiclayo, al noroeste del país. Se trata de un recinto arqueológico compuesto por 26 huacas. Huaca es el término quechua para designar algo sagrado, sea un sitio, un ídolo, un animal, etc. En este caso, pirámides.

Panorámica de Túcume, segunda capital de los Sicán

Sorprende a muchos el descubrir que no sólo en Egipto y Mesoamérica se construyó este tipo de arquitectura. Las de la provincia de Lambayeque (nombre que también sirve para designar la cultura Sicán) se diferencian de las anteriores en que son truncadas (es decir, carecen de vértice, aunque también hay alguna egipcia así) y además no están hechas de piedra sino de adobe, un material más endeble y frágil de cara a la conservación en el tiempo. Las lluvias torrenciales dejadas por ese fenómenos climatológico que es el Niño, aunque normalmente escasas en esa región, les afectan negativamente provocándoles graves daños. De hecho, ésas alteraciones climáticas, plasmadas en inundaciones y sequías, fueron la razón de que los sicán se trasladaran de Batán Grande a Túcume allá por al año 1050.

La escalera al Purgatorio. Suena raro ¿eh?
El caso es que, por todo ello, caminar entre esas semiderruídas estructuras que parecen vigiladas por los espíritus de sus antiguos ocupantes encarnados en negros gallinazos,  produce la sensación de hacerlo más bien entre los erosionados barrancos y formaciones geológicas de un desierto tipo Las Bárdenas Reales. El clima seco, tórrido, también influye y hay que echarle bastante imaginación para visualizar las pirámides y distinguir una de otra. Ayuda subir a lo alto del cerro central en torno al que se organizó todo por ser el punto más sagrado. Conocido como El Mirador o El Purgatorio, se asciende en pocos minutos por una escalera habilitada y, desde su cima (no llega a 200 metros de altitud), proporciona buenas panorámicas de todo el Valle de las Pirámides: una gran llanura sobre la que sobresalen los maltrechos perfiles ocre de las huacas.

La pirámide más grande (700 x 270 x 30) es Huaca Larga (foto de cabecera). Al igual que las demás, ha ido perdiendo sus aristas y viendo cómo la erosión arruga sus caras, de manera que ahora presenta un aspecto más bien amorfo y difícilmente reconocible. En tiempos mejores estaría recubierta de estuco y policromada; hay que tener en cuenta que los sicán crearon ese lugar entre los años 1000 y 1370 d.C. pero, luego, les sucedieron los chimú (1370-1470) e incas (1470-1532)  en la ocupación de la necrópolis, y precisamente ésa riqueza que fueron aportando en forma de construcciones añadidas y tesoros acabó suponiendo un peligro para la integridad del sitio. Murieron de éxito, podríamos decir.

Foto en El Mirador

Y es que esa opulencia atrajo a los españoles -que desviaron el cauce de un río cercano para arrastrar materiales, si bien no hallaron gran cosa- y, sobre todo, a los huaqueros -ladrones de tumbas- actuales-. Por eso, la mayor parte de las piezas recuperadas consiste en cerámica, ofrendas alimentarias y herramientas; cosas que sólo interesan a los arqueólogos. Algunas joyas que quedaron a salvo se pueden ver en el museo de la entrada, su creación se debe en parte al controvertido Thor Heyerdahl, el cual dirigió excavaciones en Túcume a principios de los años noventa encontrando un modelo de su célebre balsa Kon Tiki, aquella que construyó con técnica indígena para navegar por el Pacífico en 1947 e intentar demostrar (?) que la colonización pudo ser a la inversa de lo que se cree; es decir, que fueron los sudamericanos  los que llegaron a la Polinesia (la genética, por cierto, ha establecido que se equivocaba).

Sincretismo lingüístico

Pero este tema de cruzar el océano me vino al pelo. Cuando me iba, como siempre, satisfecho y caminando hacia atrás para fijar en la retina hasta el último detalle posible, contemplé a un gallinazo que parecía querer despedirse abriendo sus alas. Quizá era la encarnación de Naylamp, el legendario héroe semidivino venido de allende los mares para fundar la cultura sicán y cuyos hijos constituyeron la primera dinastía de dirigentes lambayeque (el último, Fempallec, se dejó tentar por una especie de súcubo y provocó una serie de desgracias climatológicas, en lo que los antropólogos identifican como la mitificación de un hecho auténtico, el ya mencionado fenómeno de El Niño).  Viendo la exhibición del gallinazo levanté la mano y me despedí de él. Al fin y al cabo, Naylamp significa algo así como "ave de agua"; no todos los días se puede uno despedir de un dios.

Naylamp, llegando a la costa de Lambayeque a bordo de un típico caballito de totora
 
Fotos: Marta B.L. y JAF

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