Trilogía histórica, artística y meteorológica de Santillana del Mar (y III)


En teoría, las cosas deben iniciarse por el principio. Como no me he sujetado a esta norma en los dos posts anteriores (I y II) dedicados a Santillana del Mar, al recorrido por su historia y arte les faltaba ese comienzo previo correspondiente a sus antepasados, aquellos cántabros primigenios que habitaron la zona cuando aún no tenía nombre y dejaron como legado uno de los rincones más espectaculares que se pueden visitar: la cueva de Altamira.

Para ser exactos, de la Prehistoria de la región no da testimonio sólo esa gruta sino unas cuantas más y, de hecho, Cantabria es uno de los rincones mundiales más importantes del planeta en ese sentido, hasta el punto de tener otras nueve cuevas incluidas en el Patrimonio de la Humanidad de la UNESCO. La mayoría, encima, visitables.

Exterior del museo, batido por los elementos en un día infernal más propio del Cuaternario

No es el caso de Altamira. El deterioro progresivo de sus pinturas rupestres desde que Marcelino Sáez de Sautuola y su hija las descubrieran en 1879, interrumpiendo así un tranquilo y prolongado sueño de trece mil años, ha obligado a cerrarla parcialmente al público salvo para minúsculos grupos que sean agraciados por sorteo. Desistiendo de antemano de cualquier posibilidad de ser uno de ellos, que uno conoce su limitadísima relación con la diosa Fortuna, opté directamente por conocerla a través de su doble, la llamada Neocueva, abierta en 2001.

Plano del museo

Su nombre exacto y algo pomposo es Museo Nacional y Centro de Investigación de Altamira, un complejo construido prácticamente al lado del lugar original, separado por la Cueva de las Estalactitas y compuesto por un museo sobre el Paleolítico -que reúne piezas de todos los yacimientos y grutas del entorno- y una espectacular réplica del célebre techo de los Polícromos, esa bóveda pintada con la fauna de entonces que ha sido bautizada por ello como la Capilla Sixtina del arte cuaternario y que constituye la Neocueva propiamente dicha.

Plano de la Neocueva

Hace treinta y cinco o cuarenta mil años, grupos de cazadores-recolectores eligieron una caverna natural del monte Vispieres para asentarse y vivir. De aquella presentaba una morfología algo distinta, con la entrada por otro sitio -un derrumbe la cegó en el período Magdaleniense-, pero el interior permanece igual: doscientos setenta metros de longitud en una galería casi continua, con un ancho entre seis y veinte metros y una altura de once de media, aunque en algunos sitios el techo está muy próximo al suelo.

Los inquilinos de Altamira residían habitualmente en el vestíbulo, donde las excavaciones han permitido encontrar numerosos restos de las diferentes etapas prehistóricas: Auriñaciense, Solutrense, Graventiense y Magdaleniense. Luego, el lugar quedó vacío y olvidado. Todo esto se va viendo de forma muy gráfica en la visita guiada a la réplica pero el gran momento llega en la gran sala interior donde se concentran las pinturas.
 
La neocueva vista desde el interior

Iluminados por sectores, van apareciendo los famosos e icónicos bisontes, coloreados en rojo y negro -o únicamente en este último tono- y aprovechando los abultamientos de la bóveda rocosa para crear sensación de tridimensionalidad. Hay docenas de estos bóvidos, recordándonos un poco la escena de caza de Bailando con lobos; en el vecino Zoo y Parque Cuaternario de Santillana del Mar se pueden ver algunos vivos (si bien la especie europea se diferencia algo de la americana) junto a caballos Przewalsky y otros ejemplos de fauna prehistórica más o menos superviviente.

Sin embargo, no son los únicos animales. Les acompañan desde el pasado ciervos, caballos, jabalíes y cabras, así como algunos dibujos geométricos localizados en el tramo final. Qué significado tenía todo este conjunto, es algo muy discutido por los expertos y carne de pregunta de examen; lo sé por experiencia, que aún recuerdo el enfrentamiento de teorías que estudiaba en la universidad: el arte por el arte, la magia simpática, el simbolismo sexual de Leroi-Gourham, etc.

Una pequeña parte de la réplica del techo de los Polícromos

En fin, aunque reconozco que visité la Neocueva con ciertas reservas, por aquello de no poder sentir el ambiente original y creer a priori que la réplica era menor en cantidad y calidad, salí más que satisfecho; al fin y al cabo, un nosequé inmemorial me impulsaba a ver algo sobre lo que Picasso había dejado una sentencia lapidaria ("Después de Altamira todo [arte] parece decadente").

Foto del museo: JAF
Resto de imágenes: Museo de Altamira

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