Garganta de Olduvai, la cuna de la Humanidad



Cuando se viaja a un país africano, entendiendo por tal eso que eufemísticamente se llama África subsahariana, el objetivo en general es practicar la experiencia del safari. Por supuesto, habrá quien la complete con algún que otro día de playa y una visita urbana a la capital correspondiente, pero lo normal es que sean unas vacaciones contemplando y fotografiando animales en libertad desde un vehículo todoterreno con ocasionales tramos a pie.

Evidentemente, y salvo excepciones muy concretas, las ciudades africanas de la mitad sur no son pródigas en patrimonio monumental, de ahí que el interés se circunscriba a la naturaleza. Sin embargo, cuando hace unos años viajé a Tanzania, llevaba en mente -y, de hecho, me aseguré de incluirlo en el programa- ver con mis propios ojos un paraje cuya atracción iba más allá de eso. Un rincón casi desconocido para la mayoría -no coincidí con un solo turista durante mi paso por él- que, paradójicamente, debería ser casi una obligación visitar, ya que es la cuna de la Humanidad: la Garganta de Olduvai.


Olduvai es una palabra masái (oldupai, en su lengua original) que nombra a una planta muy abundante en la región. El cañón se encuentra entre el Ngorongoro y el Serengueti, dentro del Valle del Rift, esa colosal falla que atraviesa longitudinalmente el continente en su parte central a lo largo de casi cinco mil kilómetros desde hace treinta millones de años.

En realidad todo el Rift es un tesoro geológico para conocer la Prehistoria del Hombre, desde su extremo norte en Afar (Etiopía) hasta el sur, en Laetoli (Tanzania), pasando por la cuenca del río Omo, el lago Turkana, etc. Olduvai también está en el sur, justo donde el valle gira bruscamente hacia el noroeste, y su importancia estriba en que la erosión y los movimiento tectónicos han dejado al descubierto sedimentos del Pleistoceno, período que se data entre los dos millones y los quince mil años de antigüedad.


Por tanto, aparte de tesoro geológico también lo es paleoantropológico. Era el sitio perfecto para buscar fósiles de nuestros antepasados y así se hizo desde principios del siglo XX, aunque el gran momento llegó en los años cincuenta, cuando los célebres Louis y Mary Leakey empezaron a excavar de forma sistemática en el lecho seco de un antiguo lago. Así fueron encontrando restos esqueléticos de diversas especies de homínidos que vivieron allí sucesivamente y hoy muestran un espectro bastante amplio, cronológicamente hablando: Paranthropus boisei, Homo habilis, Homo ergaster y Homo sapiens. Una misión científica española ha encontrado recientemente un esqueleto de Zinjantrophus.


Así pues, contemplar aquel paisaje, aunque fuera de modo somero y meramente panorámico desde lo alto del barranco, fue uno de los momentos más emocionantes que haya experimentado jamás en un viaje. Especialmente si se tiene una febril imaginación y entrecerrando un poco los ojos, se vislumbra un enorme monolito negro en torno al cual saltan los homínidos tras descubrir el potencial para matar de una simple quijada animal. Llevando Así habló Zarathustra en el Mp3, mejor que mejor.

La visita al barranco se complementa con el pequeño museo que se alza allí, en medio de la nada, en un sencillo pabellón de piedra de dos salas. Fundado por la mismísima Mary Leakey en la década de los setenta, posteriormente reformado y modernizado por el Getty estadounidense, se llama Oldupai Gorge Museum y exhibe réplicas de los cráneos y huesos hallados en la zona, así como un molde del rastro de huellas dejado por australopitecos en Laetoli, una línea temporal y varios paneles explicativos.
 

Las herramientas expuestas, correspondientes a diversos períodos de la industria lítica, sí son originales, al igual que los huesos de animales, algunos de ellos prehistóricos ya extinguidos: Pelorovis (un búfalo de inmensa cornamenta). Megaenteron (un depredador de largos dientes), Deinotherium (elefante con los colmillos invertidos), Sivatherium (jirafa de cuello corto), etc.

El sitio, ya digo, es modesto en tamaño y en una hora, se ve de sobra. Pero si hay lugares que no deben juzgarse por el tiempo, al menos por el que emplea uno- éste es uno de ellos sin la menor duda.

Fotos: Marta B.L.

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