La Iglesia del Temple en Londres


Ya que dediqué el penúltimo post a Saint-Sulpice de París, y dado que la casualidad ha querido que recientemente haya podido visitar en Londres otra iglesia que se me resistía, la Temple Church, ambas fundamentales en la novela El código Da Vinci, hoy voy a insistir en el tema.

Que conste que el libro me parece malo tirando a peor, pero ha servido para incitarme a conocer esos dos rincones que, de otra manera, quizá hubiera postergado en beneficio de otros. Además, después de tres visitas a la capital británica, habiendo visitado lo más renombrado, hay que empezar a buscar esos sitios menos frecuentados por las masas de turistas pero que resultan de indudable interés.

La nave circular de la iglesia del Temple
 
La Iglesia del Temple es uno de ellos, con o sin código, porque se trata de una de las más antiguas de la ciudad y se ubica en un entorno espléndido, Inns of Court, rodeada de magníficos edificios y aún más bellos jardines, aunque todo ello es fruto de restauraciones porque el Blitz (los bombardeos alemanes en la II Guerra Mundial) arrasó prácticamente el entorno, iglesia incluida.

El nombre Inns of Court hace referencia a las  cuatro exquisitas escuelas profesionales de abogacía, Middle Temple, Inner Temple, y las no muy lejanas Lincoln’s Inn y Gray’s Inn, cada una con su sede y sus jardines. La zona está dedicada a juzgados, de ahí que sea frecuente toparse con magistrados ataviados al estilo dieciochesco, con toga y peluca, a menudo posando con las parejas que acaban de casar. Dicen que los letrados no sólo debían aprobar los exámenes para conseguir su título sino también cenar veinticuatro veces en su escuela. Entre ellos estuvieron Tomás Moro, William Gladstone, Benjamin Disraeli y Margaret Thatcher, por ejemplo, que se formaron académicamente en Lincoln's Inn, aunque no sé si cumplieron con la pantagruélica tradición gastronómica.

Vista desde el cuerpo circular original
En 1608, Jacobo I cedió los terrenos a las sociedades jurídicas Inner y Middle Temple. Pero mucho antes, entre los siglos XII y XIII, esa parte de Londres pertenecía a los caballeros templarios, que levantaron un monasterio. Ya saben, era una orden de caballería cuyos integrantes, mitad monjes y mitad guerreros, protegían a los peregrinos que iban a Tierra Santa durante las Cruzadas. Ellos construyeron la iglesia en cuestión y lo hicieron de acuerdo a sus peculiares costumbres -ésas que sirven para dar pie a tanto macgufismo delirante-, dándole una forma poco común. 

Porque, consagrado en el año 1185, se trata de un edificio de planta circular inspirado en la iglesia del Santo Sepulcro de Jerusalén (ya saben, la erigida en el lugar donde se supone que fue enterrado Jesucristo). En su única nave se pueden ver -foto de la izquierda- varias tumbas de guerreros cruzados (se sabe porque las estatuas yacentes que decoran las lápidas tienen una pierna sobre otra) y una columnata que rodea todo el perímetro, adornada con relieves de rostros grotescos. No queda rastro de la policromía original.

En 1240 se le añadió un cuerpo longitudinal con coro y altar mayor para enterrar al rey Enrique III, hijo del famoso Juan sin Tierra y, por tanto, tío de Ricardo Corazón de León (recordemos que en ese contexto se desarrolla la novela Ivanhoe, donde el antagonista está encarnado por un taimado caballero templario). De todas formas, al final, Enrique y su esposa terminaron sepultados en la Abadía de Westminster.

Una pequeña muestra de los relieves grotescos
 
Más tarde, la Orden del Temple fue expulsada, como pasó en el resto de Europa, y los caballeros hospitalarios ocuparon el lugar. La Reforma Anglicana lo cambió todo y hoy resulta curioso ver todos los bancos, mirándose unos a otros en vez de hacerlo hacia el altar, con sus correspondientes biblias y libros de cánticos perfectamente ordenados, en espera de los fieles.

Para llegar a The Temple Church hay que atravesar el complejo de Inns of Court, ya que está en una recoleta plazuela interior caracterizada por una columna sobre la que descansa una estatua ecuestre de hierro forjado -de factura contemporánea- representando a dos caballeros sobre un mismo caballo, que en su escudo simbolizaban el voto de pobreza. El sitio, en teoría, es propiedad privada pero se permite el paso a la gente, salvo que uno se tope con un portero con la misma capacidad empática de Lisbeth Salander, como me pasó la primera vez que intenté ir, y se empeñe en negarte el acceso.



 Fotos: Marta B.L.

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