En busca del unicornio: el Santuario de Rinocerontes de Ziwa (I)

"Caballo es, amigo mío, pero de una clase de caballos como nunca se ha visto por nuestros reinos ni creo que nunca se viera en tierra de cristianos. Su nombre es el unicornio por ese cuerno que le ves en la frente en el que reside su maravillosa virtud. Estos caballos unicornios pacen en los pastizales de África, más allá de la tierra de los moros, donde nunca llegaron cristianos fuera de los mercaderes del Preste Juan si es que tal hubo".

En busca del unicornio (Juan Eslava Galán)

La mayor parte de los safaris que se realizan en los parques naturales africanos son motorizados, a bordo de un 4 x 4 o un camión y con la estricta prohibición de bajarse, salvo en los sitios indicados, por dos razones: una, el peligro que conlleva acabar convertido en merienda de leones, hienas y otras especies; dos, la alteración que supone pisotear y estropear un ecosistema a menudo ajeno al ser humano.

Sin embargo, sí que hay algunos safaris que se pueden -incluso deben- hacerse a pie; el de los gorilas de montaña es el más conocido, pero en Uganda, por ejemplo también hay uno muy emocionante para ver rinocerontes en libertad, en el llamado Rhino Ziwa Sanctuary (Santuario de Rinocerontes de Ziwa), cerca de Masindi.

Lo de santuario se debe a que esos mamíferos tuvieron que ser reintroducidos en el país en 2001 por la Rhino Fund Uganda, un organismo creado cuatro años antes, debido a su extinción absoluta: de la población de centenares o miles de rinocerontes blancos y negros que vivían allí tradicionalmente, el número empezó a decrecer  a marchas forzadas por la guerra civil -eran una buena fuente de comida- y la caza indiscriminada - para quitarles los cuernos, que se mandaban a Asia para convertirlos en medicamentos tradicionales y a Yemen como empuñaduras de dagas-, de manera que en los años setenta no quedó ni un ejemplar.

Los primeros rinocerontes blancos se llevaron a Ziwa desde Kenia y se fueron añadiendo otros, blancos y negros, procedentes de más países. En 2009 nació el primero in situ (por cierto, se le llamó Obama) y, así, en 2012 se había reunido una docena de individuos. Cuando lleguen a treinta está previsto repartirlos por los parques naturales donde estas especies vivían originariamente, en libertad total.


Pero, de momento, los turistas son fundamentales para mantener esa reserva. Pueden apadrinar un rino o a alguno de los rangers que vigilan el lugar, donar fondos, patrocinar diversos trabajos de concienciación, comprar artesanía local, etc. Pero, sobre todo, es importante su visita

El Santuario de Ziwa mide sesenta y nueve kilómetros cuadrados, delimitados por una valla electrificada para proteger a los animales de los cazadores furtivos, aunque de paso también se evitan incursiones de los propios rinocerontes en los sembrados de los pueblos de alrededor. Porque, hoy en día, los programas de educación han cambiado la mentalidad de muchos ugandeses, pero hasta hace poco sólo veían en los animales una molestia. 

En ese sentido los guías nos contaron alguna anécdota, como la del vecino que un par de años antes se topó con una pitón y en lugar de dar un rodeo la mató, como siempre se había hecho, lo que le supuso una enorme multa; al pobre no había forma de hacerle entender el porqué y menos aún el hecho de que, ahora, los animales salvajes no son el enemigo sino una fuente de riqueza. En realidad no es tan raro y en España misma tenemos casos similares con el lobo, por ejemplo.

Bueno, el caso es que al santuario se llega por carretera desde la capital, Kampala, que está a unos sesenta kilómetros al sur. En Nakitoma hay que desviarse a la izquierda tres kilómetros, hasta ver la entrada a la reserva; luego hay otros cuatro hasta recepción. En el próximo post veremos cómo es la visita.

Fotos: Marta B.L.

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