Popocatepétl e Iztaccíhuatl, dos volcanes de leyenda


Estos días ha entrado en erupción el Popocatepétl. El volcán más emblemático de México no quiso mostrarse cuando visité el país el pasado verano:  permaneció oculto tras las nubes de un día gris y ventoso exactamente igual que, en un viaje anterior, hicieron las Montañas de la Luna en Uganda, aunque de éstas sí pude intuir su silueta, difusa entre las brumas y la lluvia, pese a que tiene esa costumbre de esconderse a los visitantes (el explorador Stanley, por ejemplo, pasó ante ellas sin percatarse de su existencia).

En fin, volviendo al Popo, hubiera estado bien contemplar su perfil al menos. Mejor aún ascender el cono, claro, rozando la perfección si encima se hace siguiendo los pasos de Diego de Ordás, presumiblemente el primer ser humano que se asomó a su cráter.

Ordás era uno de los soldados de Hernán Cortés, quien le permitió hacer una escapada hasta allí mientras la expedición avanzaba hacia Tenochtitlán desde Tlaxcala, pasando por Cholula, para que recogiera azufre con que fabricar más pólvora. El español subió al volcán acompañado de varios compañeros y algunos indígenas muertos de miedo que no acababan de entender el sentido de aquella peligrosa aventura; en aquellos tiempos bastante tenían con el trabajo diario y además el Popo era sagrado, considerado la puerta al inframundo.

No era cosa de broma. Se sabe que aquel año, 1519, el Popo estaba bastante activo, tal como ahora. De hecho, las emanaciones gaseosas les obligaron a taparse las vías respiratorias para no fallecer y las suelas de las botas acabaron bastante maltrechas. Es más, Ordás tuvo que hacer el tramo final en solitario porque sus acompañantes se negaron a seguir a partir de cierto punto. De todas formas no llegó hasta la cima porque aparte del riesgo gaseoso, al que se sumaba la caída constante de bombas piroclásticas, no llevaban protección contra el intenso frío (la cumbre está cubierta por nieves perennes).

La leyenda, en la pared de un célebre restaurante local
Pero Ordás tuvo su compensación al entrar en la Historia (antes sólo consta una mención a una ascensión hecha por la tribu tecuanipa en 1289). Primero, porque fue el primer conquistador en vislumbar la capital de los aztecas, imponente en medio del lago Texcoco, en lo que debió ser una impresionante panorámica (está a unos 55 kilómetros). Segundo, porque a su vuelta Carlos V le concedió un escudo de armas -en el que figuraba la silueta de una montaña-, así como una entrada (permiso para explorar y conquistar nuevos territorios).

El Popocatepétl, que en nahuátl significa Montaña que humea, mide 5.500 metros de altura y 25 de diámetro (en su base, pues el cono es de 840 metros). Su origen, según contaban los mexicas, verdadero nombre de los aztecas, ocurrió cuando el mítico guerrero Popoca, al regreso de una batalla, encontró muerta a su amada princesa Iztaccíhuatl. Desesperado, subió con su cuerpo a lo alto del templo y se ofreció en sacrificio pero los dioses lo rechazaron y, a cambio, transformaron a ambos en volcanes.

El Iztaccíhuatl y el Popocatepétl unidos por el Paso de Cortés
Se pueden ver hoy: uno de ellos -a la derecha de la foto- es el Popocatepétl; el otro -a la izquierda-, el vecino Iztaccíhuatl (Mujer blanca), que desde cierta perspectiva (y con bastante imaginación, todo hay que decirlo) aparenta una figura femenina recostada. Ambas montañas están unidas, reforzando sentimentalmente la leyenda, por un collado que se conoce como Paso de Cortés al haber sido elegido por éste para atravesar la sierra y salir al altiplano, a Tenochtitlán.

Foto 2: JAF

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