Las huellas de Cortés en México (y II)


Concluyamos el post anterior. Durante su estancia en Tenochtitlán los españoles quedaron asombrados del nivel de organización de la ciudad y, muy especialmente, del mercado de Tlatelolco, el barrio norte de la capital que, en realidad, era otra urbe lacustre fagocitada por el imperio azteca. Decenas de miles de personas acudían cada día a ese mercado para comerciar pero Tlatelolco también era un centro ceremonial con una gran pirámide y durante el asedio que vendría después se convirtió en uno de los campos de batalla más sangrientos, última resistencia de Cuauthémoc.

Tanta sangre regó aquel suelo que muchos hablan del lugar como maldito, pues siglos después, ya convertido en Plaza de las Tres Culturas (conviven restos arqueológicos aztecas con el legado español -una iglesia- y la moderna arquitectura mexicana), fue el escenario de la masacre de estudiantes de 1968.

En la Plaza de las Tres Culturas estaba el mercado de Tlatelolco, recreado en un diorama del Museo de Antropología (imagen de cabecera)
Los 7 meses de convivencia más o menos pacífica entre españoles y aztecas terminaron cuando Cortés regresó de Veracruz -ciudad fundada por él mismo- tras derrotar a Pánfilo de Narváez y se encontró Tenochtitlán en pie de guerra asediando el palacio de Axayacatl. Pedro de Alvarado (al que los indígenas llamaban Tonatiuh, dios solar, porque era pelirrojo) los había soliviantado con una matanza en el Coatepantli (el Zócalo actual) confundiendo una fiesta religiosa con una revuelta.

Todos los intentos por escapar fueron infructuosos, aún cuando se probó con una especie de tanques de madera dignos de Leonardo da Vinci. Como además Moctezuma, el único que calmaba a la turba, había muerto de una pedrada de su propia gente, ya no tenían rehén, así que se decidió la retirada.

Fue el 30 de junio durante una noche de tormenta y sin luna que pasaría a la posteridad como la Noche Triste. La columna avanzó por la calzada de Tacuba (Tlacopán), que era la más corta y cercana, aunque estaba cortada por varios tramos. El primero, hoy Santa Isabel, la salvó gracias a un puente portátil. Pero en el segundo (en San Hipólito) fue descubierta y el lago se convirtió en un pandemónium. La vanguardia logró llegar malamente a tierra firme pero la retaguardia quedó cortada y se atrincheró de nuevo en el palacio, de donde los soldados ya no saldrían más que para el sacrificio en lo alto del teocalli.


Quien sí consiguió huir fue Alvarado, según la leyenda, gracias a que saltó el tercer hueco de la calzada (en San Cosme) usando una larga pica a la manera de una pértiga de atletismo. La calzada de Tacuba corresponde hoy en día a la Avenida Hidalgo y, curioso, hay una calle llamada Puente de Alvarado (no sólo en México DF; también en Sevilla, aquí bajo el nombre Salto de Alvarado).

Cortés, del que se dice que lloró aquella derrota bajo un ahuehuete de Tacuba que también se conserva presuntamente, decidió retirarse a Tlaxcala. El viaje hacia allí llevó varias jornadas, una de los cuales pernoctó en la abandonada ciudad de Teotihuacán. Al día siguiente le cerraba el paso un gran ejército azteca mandado por el cihuacoatl, la Mujer Serpiente (que era un hombre, una especie de primer ministro). La batalla, desesperada, duró horas pero se resolvió cuando el español logró matar al jefe enemigo y arrebatarle su estandarte. Fue en la llanura de Otumba, donde hoy apenas se ve un sencillo y casi desapercibido monumento blanco con una cruz.

Vista general de Teotihuacán
Los españoles volvieron con refuerzos y sitiaron Tenochtitlán ayudados por bergantines. Cuauthémoc aguantó heroicamente 3 meses pero acabó vencido y la derruida capital se reconstruyó a la española, aunque la mayor parte de lo queda es posterior (por eso sitios como el Palacio de Cortés, en la Plaza Hidalgo, no es de época, al contrario que el que está en Cuernavaca). Las pirámides fueron sustituidas por iglesias (la Catedral en vez del Templo Mayor, el Palacio Episcopal por el templo de Coatiche, la Basílica de Guadalupe por el templo de Tonatzin, etc).

La Inquisición llegó al Nuevo Mundo y celebró autos de fe en la llamada Plaza del Quemadero (no era muy sutil, no), lo que hoy es el Parque Alameda; el bosque de Chapultepec, de donde los aztecas traían agua, es hoy una zona verde muy turística donde destacan el Castillo y, sobre todo, el impresionante Museo de Antropología.


En fin, como dice la placa que hay en la Plaza de las Tres Culturas: "No fue triunfo ni derrota. Fue el doloroso nacimiento del pueblo mestizo que es el México de hoy".

Fotos: JAF y Marta BL.



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