La huellas de Cortés en el México actual



He estado en México hace poco y como una de las cosas que quería hacer durante la estancia en DF era visitar los lugares exactos donde se desarrollaron los acontecimientos históricos de la conquista, prácticamente dediqué una jornada a ello. Claro que ver, lo que se dice ver, no queda gran cosa, y lo que subsiste se ha transformado tanto con el paso del tiempo que resulta irreconocible. 

Por eso hay que hacer un esforzado ejercicio de imaginación, entrecerrar los ojos y trasladarse mentalmente a aquel año de 1519. Los españoles llegaban a Tenochtitlán tras vencer en varias batallas a los totonacas de la costa y los tlaxcaltecas del interior, aprovechando después el odio que estos pueblos tenían hacia los mexicas que los subyugaban para aliarse con ellos contra aquel enemigo común.

Ya que no había forma de disuadir a Cortés de ir a la capital, Moctezuma hizo que sus embajadores le sugirieran viajar por Cholula, donde preparó una emboscada que determinaría definitivamente si los recién llegados eran teules (dioses) o no. Pese a las advertencias de los tlaxcaltecas, Cortés aceptó por dos razones: la primera, demostrar que no temía nada; la segunda, recoger azufre del Popocatépetl para fabricar pólvora, de la que sus arcabuceros ya andaban escasos.

La pirámide de Cholula mide 450 metros de lado en su base.
 La emboscada no tuvo éxito y acabó en una matanza de cholultecas que deprimió aún más a Moctezuma y le decidió a no volver a hacer frente al que, pensaba, era la encarnación del dios Quetzatcoatl. Hoy en día aún se yergue en Cholula, ciudad sagrada que ocupó el hueco religioso dejado por Teotihuacán, su gigantesca pirámide, la más grande de Mesoamérica aunque a simple vista no se vea como edificio: cubierta totalmente de vegetación y con una iglesia en lo alto, cualquiera puede confundirla con una simple colina.

El llamado Paso de Cortés marca el lugar por donde el ejército atravesó, días después, la cordillera pasando entre dos volcanes, el Ixtacccíhuatl y el mencionado Popocatépetl. El primero que ascendió los 5.500 metros del Popo -después de los tecuanipas tres siglos antes- fue el español Diego de Ordás, quien desde la cima divisó la espléndida vista del valle, con el lago Texcoco y en su centro, como flotando, Tenochtitlán, con sus 108 barrios y 300.000 habitantes.

La comitiva avanzó hacia la ciudad por la calzada de Iztapalapa, a mitad de la cual había un islote llamado Huitzilan con un bastión defensivo y un templo dedicado a la diosa Tuci. Allí aguardaba Moctezuma y tuvo lugar el primer encuentro entre ambos imperios, pero tan emocionante suceso es casi imposible de revivir hoy porque ni la calzada, ni la fortaleza, ni el templo, ni el lago existen ya. En su lugar se levantó el Hospital de Jesús Nazareno, del que aún queda en pie la iglesia barroca que, eso sí, conserva los restos mortales de Hernán Cortés tras casi una decena de traslados. Está en la calle República del Salvador, esquina con Pino Suárez.

El Monte de Piedad al anochecer. En junio de 1520 se defendía desesperadamente de los miles de guerreros que trataban de asaltarlo.
Pero volvamos a 1519. Las tropas españolas fueron instaladas en el palacio de Axayacatl, el padre de Moctezuma, situado en lo que actualmente es el Monte de Piedad, uno de los edificios que delimitan el Zócalo en la calle Plaza de la Constitución. Al otro lado de esa enorme plaza, cuya grandiosidad he heredado de entonces, estaba la residencia del propio emperador, en el solar del actual Palacio Nacional

El Palacio Nacional, antaño residencia de Moctezuma.
Entre ambos, el recinto sagrado, actual Zócalo, dominado por el colosal teocalli en honor del sangriento Huiztilopóchtli (dios de la guerra) y de Tláloc (dios de la lluvia), pero donde había muchos más templos y dependencias varias, como el Calmecac (escuela de sacerdotes) o el macabro Tzompantli, una especie de base de piedra con listones de madera en los que se insertaban miles de cráneos de las víctimas de sacrificios.

El recinto sagrado con el Templo Mayor al fondo.
De todo esto sólo queda la base de la pirámide, desenterrada hace pocos años (está a unos 8 metros bajo el nivel del suelo actual) y convertida en el Museo del Templo Mayor; se halla detrás de la Catedral que, por cierto, fue construida en su lugar con sus propias piedras. En el atrio que hay ante la fachada de la iglesia una fosa nos muestra, a través de un cristal, un esqueleto humano, quizá uno de los guerreros aztecas que defendieron la ciudad durante el asedio final.

Lo que queda del Templo Mayor

(continuará)

Fotos: Marta BL.

Comentarios

Entradas populares de este blog

El saqueo de Mahón por Barbarroja y el fuerte de San Felipe

La Capilla Sixtina: el Juicio Final

Santander y las naves de Vital Alsar