La defenestración, una arraigada costumbre checa


Volviendo sobre el asunto del otro día, el del cartel que me cayó en la cabeza durante mi visita a Praga, me pregunto si no habré sido víctima de una de las costumbres locales más originales, insólitas y acongojantes de los habitantes de esta ciudad -y de cualquier otra, claro-: tirar cosas por la ventana. Suena sorprendente ¿no? Pues más aún cuando uno se entera de que lo que suelen arrojar es seres humanos. Lo que me lleva a deducir que el cartel que me hirió casi fue un mal menor; podía haber sido un checo rubicundo.
No estoy delirando. Incluso le han puesto nombre al evento, defenestración, y no sólo lo llevan practicando siglos sino que ilustres personajes han sido protagonistas involuntarios de esta ancestral forma de expresión popular. No quiero ni imaginar cuántos desconocidos habrán probado también la ley de la Gravedad, pero si hubo muchos de categoría es de suponer que no faltarían tampoco los de baja cuna.

Los primeros -que tengamos noticia- en comprobar que el hombre no está diseñado para volar fueron los consejeros católicos del Ayuntamiento de la Ciudad Nueva el 30 de julio de 1419, cuando se negaron a acceder a la liberación de presos husitas (un movimiento religioso reformista) que reclamaba el líder de éstos, Jan Zelivský. Una enfurecida multitud asaltó el edifico y arrojó a los consejeros por la ventana que aún se puede ver pegada a la vieja torre gótica, como se aprecia en la foto. No es que haya mucha altura pero abajo se habían colocado algunos amotinados con sus picas apuntando a los que caían, y claro...

Casi dos siglos después, el 23 de mayo de 1618, se volvió a celebrar una defenestración cambiando de escenario. Esta vez ocurrió en la Cancillería del Castillo de Praga, aunque el método fue el mismo para conservar la tradición: un centenar de nobles irrumpió en la Cancillería protestando contra la sucesión al trono de Fernando de Habsburgo, un tipo poco popular por decirlo suavemente, y los dos gobernadores católicos cometieron el error de imitar los  intransigentes modales de su señor. El resultado: fueron lanzados por una ventana junto con el pobre secretario, que pasaba por allí (imagen de la cabecera). Esta vez no había lanzas debajo y, aunque la altura era de 15 metros, consiguieron sobrevivir; no se sabe si realmente intervinieron ángeles en ello, como dijeron sus partidarios católicos, pero algo debió tener que ver el montón de estiércol sobre el que aterrizaron. En cualquier caso, el incidente provocó la Guerra de los Treinta Años.

En fin, si algo funciona ¿por qué cambiarlo? Eso debieron pensar los comunistas checos en 1948 cuando, nada más triunfar en su revolución, el único miembro del gobierno que no era de su ideología, el muy querido Jan Masaryk, caía misteriosamente desde la ventana del cuarto de baño a un patio interior del Palacio Cernín, sede del Ministerio de Exteriores (foto inferior). Es cierto que sufría depresiones pero investigaciones forenses recientes concluyeron que no fue suicidio porque estaba demasiado alejado del punto donde se supone que debería haberse estrellado si se hubiera lanzado voluntariamente.


Total, que en Praga todos los niños aprenden a conjugar el verbo defenestrar como paso previo a practicarlo. Yo defenestro, tú defenestras, él defenestra, nosotros defenestramos, vosotros defenestráis, ellos defenestran. No hay mejor excusa para evitar aguantar a un pesado ("Ahora no puedo, tengo que defenestrar a alguien"), cuando uno se aburra propondrá "¿Por qué no defenestramos a fulanito?" y en el currículum vitae debe constar el número de defenestraciones practicado hasta la fecha. Los de fuera, que se preocupen de mirar hacia arriba.

Fotos: JAF


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