Esperando pelos vossos


Hay una escena de El estudiante de Salamanca que siempre me ha producido un placer morboso. Me refiero al final, cuando el protagonista Diego de Montemar acude de noche al cementerio donde está sepultada la amante a quien engañó y se encuentra con los esqueletos levantándose de sus tumbas y a la damnificada, ahora uno de ellos, abrazándole y besándole mientras le arrastra a la tumba: Puro romanticismo decimonónico, vamos:


Sintió, removidas las tumbas,
crujir a sus pies con fragor
chocar en las piedras los cráneos
con rabia y ahínco feroz,
romper intentando la losa
y huir de su eterna mansión,
los muertos, se súbito oyendo
el alto mandato de Dios.
(...)
El cariado, lívido esqueleto,
los fríos, largos y asquerosos brazos,
le enreda en tantoen apretados lazos,
y ávido le acaricia en su ansiedad:
y con su boca cavernosa busca
la boca a Montemar, y a su mejilla
la árida, descarnada y amarilla
junta y refriega repugnante faz.


Sin saberlo, Espronceda había compuesto el himno por excelencia de los necrófilos. Pero es posible encontrar ambientación e inspiración similar en muchos lugares turísticos: Palermo, Génova, Roma, París, Guanajuato o Sedlec Kostnice albergan auténticos museos de lo macabro: catacumbas forradas de huesos, criptas llenas de momias y cadáveres semicorruptos, capillas decoradas con lámparas hechas de calaveras...

En la ciudad portuguesa de Évora, cuyo casco histórico ha sido declarado Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO, hay una iglesia, la de San Francisco, con una sorprendente capillita adosada. Se la conoce como la Capela dos ossos porque sus paredes y columnas están totalmente cubiertas de huesos y cráneos humanos desde el suelo hasta el techo; incluso una solitaria momia infantil cuelga tétricamente de una cadena. Las osamentas proceden de más de cinco mil cadáveres pues, al parecer, en el siglo XVI tuvieron overbooking de muertos y hubo que echarle imaginación para encontrar soluciones habitacionales en los cementerios. Hay que tener en cuenta que entonces los camposantos no pasaban de ser pequeños terrenos anexos a las iglesias y, a menudo, se inhumaba dentro del propio edificio (previo pago). Así que, dándole vueltas a la imaginación, a algún genio se le ocurrió vaciar las fosas para hacer sitio a los cadáveres recientes y utilizar los restos exhumados en una obra de arte: unas vértebras por aquí, unas calaveras por allá, unos omóplatos acullá.

Si eso lo hace Ed Gein es un enfermo mental y le condenan a perpetua en un manicomio; si lo hace una orden monástica -los capuchinos se llevan la palma- es simplemente una pintoresca costumbre ancestral. Y esto lo digo porque este tipo de sitios suelen ser lugares religiosos. Por eso no hace mucho me quedé estupefacto ante lo que decía en su artículo un conocido columnista de prensa, bastante meapilas él, criticando la tendencia de los niños y jóvenes a disfrarazarse de vampiros, brujas, zombis y monstruos varios durante el Carnaval; claro, donde esté una capilla bien forrada de auténticos restos humanos que se dejen de minucias.

Los dos cráneos que asoman a la izquierda no son muertos vivientes ¿eh?

No me resisto a terminar con otro poema. Está en portugués pero se entiende perfectamente. Los dos últimos versos adornan la entrada a la capilla, como puede verse en la primera foto: todavía no he podido determinar si el que decidió inscribirlos en piedra pretendía meter miedo o matarnos de risa con esa extraña facilidad que para ello tienen los lusos.


As caveiras descarnadas
sao a minha compahía.
Tragoras de noite e de día
na memoria retratadas:
muitas foram repeitadas
no mundo por seus talentos
e outros vaos ornamentos

que serviran a vaidade
e tal vez... a eternidade
sejan causa de sus tormentos.

NOS OSSOS QUE AQUÍ ESTAMOS
PELOS VOSSOS ESPERAMOS.

Fotos:
Capela dos ossos (entrada), por Jorge & Marta, 2003
Capela dos ossos, por Jorge & Marta, 2003

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