La piel en el asfalto (II)


Continuamos recordando la red viaria de otros países con la seriedad y el rigor que nos caracterizan. En la primera parte veíamos que los arcenes portugueses pre-Eurocopa estaban adornados con coches siniestrados, que las autopistas de Francia pueden resultar tan peligrosas como las del Tercer Mundo porque te cuestan un ojo de la cara, y que Egipto y Marruecos serían el paraíso de los conductores suicidas, no necesariamente a causa de la Yihad. 
 
Las carreteras griegas tienen sus cunetas adornadas con unos graciosos ex-votos como el de la foto de arriba: maquetas en miniatura de capillas ortodoxas que se colocan en memoria de las víctimas en los lugares donde ha habido un choque, una salida de carril o un atropello (como los ramos de flores en España); al parecer la costumbre ha derivado también en su colocación como advertencia de una zona peligrosa. Si nadie hace caso de las señales quizá se lo hagan a la mano divina. Recuerdo que me pasé un viaje por Grecia, desde el Peloponeso hasta Meteora, parando cada medio kilómetro para fotografiar todas y cada una de las capillitas mientras mis acompañantes se desesperaban porque el trayecto se hacía inacabable. Si cada una correspondía a un accidente podemos imaginarnos el índice de siniestralidad. 
 
Y ahora, palabras mayores: el África negra. Allí no es que haya baches, es que se trata de tales socavones que hay que poner los cinco sentidos en la conducción. Evidentemente, carecen de autopistas y las mejores carreteras son un caos. Por ejemplo, para entrar o salir de Nairobi hay varios carriles de hecho, es decir, formados por iniciativa exclusiva de los conductores, y una espera media de entre cuarenta y cinco minutos a una hora (aunque, pensándolo bien, lo mismo pasa en Madrid). Luego, fuera de la capital, la cosa no pasa de vías comarcales en pésimo estado de conservación. Pero como uno ya sabe a lo que va disfruta pegando saltos en el asiento y alucinando cuando se cruza por el camino un rebaño de cabras o camellos o, incluso, alguna jirafa despistada. 
 
La carretera es la que da vida a las pequeñas poblaciones africanas (y a los puestos de souvenirs, claro)
 
En Tanzania hay una excepción, una carretera recientemente asfaltada que une Arusha con los parques nacionales. Aquí la gracia no está en el firme sino en lo demás. Hace tres años un brusco cambio de rasante provocó la parada del motor de nuestro todoterreno cerca de la falla del Rift. Como se negaba a arrancar de nuevo, estuvimos un buen rato tirados en medio de la nada con el problema de que se se acababa la tarde. El chófer estaba empeñado en darle vueltas y vueltas a la llave, con lo que la batería iba bajando cada vez más y ya me veía en plena noche empujando mientras me vigilaban desde las tinieblas docenas, cientos, miles de ojos refulgentes de feroces manadas de hienas, esos bichos cuya estúpida expresión sonriente oculta que te empiezan a devorar antes de que hayas muerto, cuando aún respiras.
 
Pero claro, puestos a servir de comida las cosas siempre pueden empeorar. Súbitamente, de detrás de unas frondosas acacias surgió un grupo de niños que corrieron hasta nosotros y pegaron sus caras al cristal de la ventanilla con una extraña sonrisa. Aunque era absurdo empecé a imaginármelos relamiéndose, mostrando unos inquietantes dientes afilados, invitándonos a ir a su poblado para que sus padres cayeran sobre nosotros por sorpresa, como los Gabonis de las películas de Tarzán, y nos metieran en una cacerola gigante mientras entonaban un cántico tan exultante como siniestro por el festín que se iban a dar. Nunca lo sabré porque al fín el coche arrancó y nos fuimos como tiros. 
 
Si se le añaden unos cuantos búfalos interceptando el paso cada poco, gasolineras antediluvianas (en todos los sentidos, pues el logotipo de la petrolera era un dinosaurio), las filas interminables de tiendas en las que los guías paran aunque les digas que ya has comprado de todo porque tienen comisión y pueblos de una miseria inimaginable en España, completamos la Guía Michelín tanzana. También está, evidentemente, uno de los paisajes más bellos del continente, con la oportunidad impagable de ver a lo lejos, entre las brumas, el monte Kilimanjaro. Pero esa es otra historia.  
 
Fotos: Ex-voto en Atenas, por Jorge A.F, 2007 Carretera tanzana, por Jorge A.F, 2007

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