Tlahuelpuchi, la mujer vampiro de las leyendas tlaxcaltecas

Cuando dejé Teotihuacán con destino Cholula me hubiera gustado pasar por Tlaxcala, un estado mexicano especialmente llamativo por dos razones. La primera, que en tiempos de la conquista fue el principal aliado de Cortés debido a la fiereza de sus guerreros, a los que los mexicas no habían podido doblegar, debiendo conformarse con someter al territorio a un duro bloqueo económico. La segunda, su fama de ser un lugar mágico, especialmente intenso en tradiciones y mitos, a menudo tan mestizos como sus gentes.

Pero las prisas propias de quienes tenemos tiempo limitado para viajar por un país hicieron imposible que pudiera visitar ese lugar tan prometedor para un artículo. No obstante, al final tuve un golpe de suerte y durante la compra de unos recuerdos resultó que la encargada, una anciana que parecía tener arrugas hasta en el blanco de los ojos y que si las contara por años muy bien hubiera podido ser contemporánea del mismísimo Xicontécantl, el guerrero tlaxcalteca que tuvo que obedecer a su homónimo padre en ponerse al servicio de los españoles pero que en realidad hubiera preferido oponerse a ellos (y que hoy da nombre a la capital estatal); una anciana, digo, que también resultó ser tlaxcalteca.

La ventaja de compartir un idioma común permitió que la buena señora se explayara a gusto, haciéndome temer que me retendría allí dale que te pego hasta que Quetzalcoátl tuviera a bien regresar de su exilio. Sin embargo, no fue ese dios quien llegó en mi auxilio sino otro; viniendo yo de Teotihuacán tenía que ser Tláloc, por supuesto, ya que de esa cultura era originario, cuando sus habitantes lo adoptaron como versión propia del Chaac maya; cosas del contacto intercultural. Tláloc, con su labio proboscídeo y sus prominentes fauces, no resistiría un duelo de belleza con Quetzalcóatl pero siendo la divinidad de la lluvia tuvo a bien hacer que el nuboso cielo descargara en ese momento, atrayendo la atención de la anciana y dejándola ensimismada.

Decidí aprovechar el momento, pagué la compra y me disponía a irme cuando me dijo, a manera de despedida, que seguiría lloviendo esa noche, así que tuviera cuidado con Tlahuelpuchi. Por entonces los conocimientos de cultura popular mexicana que yo tenía eran más limitados, pero por alguna razón se encendió una señal de alerta en mi interior y no precisamente de peligro sino de interés. Intrigado por sus palabras y asumiendo el riesgo de verme atrapado de nuevo en su red verbal, le inquirí al respecto. No me arrepentiría porque pasó a contarme una interesante tradición local que, por lo visto, también hay en otros sitios como Puebla, Michoacán o Ciudad de México, por citar algunos, aunque cada uno lo diversifica -o enriquece- con matices distintos. 


Tláloc representado en el Códice Borgia


Resumiendo -mucho-, la señora me explicó que dentro de la mitología nahua hay una curiosa leyenda sobre un personaje femenino llamado tlahuelpuchi (tlāhuihpochtli ). No se trata precisamente de una de esas princesas indígenas que forjaron el mestizaje mexicano estableciendo lazos afectivos con los teules llegados de oriente sino de algo muy diferente: un tipo de nahual, palabra que allí se emplea para referirse a un brujo -bruja, en este caso-, una especie de entidad taumatúrgica que en Tlaxcala era preferentemente femenina (aunque la versión de los mexicas era masculina y con menos poderes) y que guarda un sorprendente parecido con la tradición del vampiro europeo, al menos la que inmortalizó Bram Stoker en su novela Drácula.

Y es que una tlahuelpuchi se alimenta de sangre humana, con especial preferencia por la de niños y bebés, teniendo la capacidad de transformarse en una nube de vapor para poder colarse en las casas por los resquicios de puertas y ventanas, así como la de adoptar la forma de algún animal (aves, sobre todo, pues antes de atacar a alguien debe sobrevolar su casa realizando dos trayectos cruzados, uno en dirección norte-sur y otro este-oeste). Además posee capacidad para dominar la mente ajena a través del hipnotismo, lo que le facilita sus andanzas cinegéticas al adormecer previamente a quien elige como alimento. Otra similitud con los vampiros es que acostumbra a salir de noche -si bien puede hacerlo también de día- y a ser posible con lluvia, de ahí el aviso de mi interlocutora. En cambio, se diferencia en que no transmite su condición salvo a quien la asesine.

El romántico Drácula de Coppola caía en el vampirismo al renegar de Dios cuando el clero le impidió dar cristiana sepultura a su esposa, que se había suicidado al creerle muerto en batalla contra los otomanos. En el caso que nos ocupa, una niña puede verse convertida en tlahuelpuchi en el momento mismo de nacer, al ser víctima de alguna maldición o hechizo de magia negra contra su estirpe, no tomando conciencia de su condición ni adquiriendo sus poderes hasta la pubertad, con la primera menstruación. La sangre es la vida, que decía Renfield.



La caída en desgracia del príncipe Vlad en la película Bram Stoker's Dracula


Luego, dado que dicha maldición es irrevocable, las tlahuelpuchis viven en soledad, aunque haciendo gala de una aguda territorialidad para cazar. Mantienen pactos con otras criaturas sobrenaturales -no sé si incluyendo los dioses pero sospecho que no- y también con los chamanes, en este último caso para evitar que las denuncien. Bien es cierto que perseguir a una de ellas no es tarea fácil porque sólo es posible matarla mientras esté en pleno proceso de absorber la sangre de su víctima pero la acción debe ser llevada a cabo por varias manos porque si lo hace sólo una persona la maldición pasará a su familia. Eso sí, hay formas de prevenir su presencia e incluso repelerlas, pues detestan el ajo -sí, otra sospechosa coincidencia-, la cebolla y el metal.

No está claro del todo el significado de su nombre y puede interpretarse como neblina resplandeciente, sahumador luminoso, juventud iluminada y otras variantes por el estilo, según se traduzca la terminación pōchtli; ello se debe a que la tlahuelpuchi se presenta envuelta en una aureola brillante, razón por la que se la asocia a las luciérnagas. Tampoco se sabe con exactitud la antigüedad que tiene el mito, al menos la raíz originaria, aunque se calcula en torno a cinco siglos, lo que lo situaría casi contemporáneo de la llegada de los españoles. 


El aquelarre (Goya)
De hecho, muchas de las características descritas -que no proceden totalmente de la explicación de la anciana, mucho más sucinta, sino de mi búsqueda posterior de información- son atribuciones recientes, probablemente fruto del sincretismo con la tradición europea, primero la brujeril de los tiempos virreinales (en Europa se creía que las brujas ponían la guinda a sus aquelarres secuestrando niños para matarlos en honor del diablo) y luego la vampírica  (de ahí el adjetivo "sospechosa" que apliqué antes a la coincidencia del ajo, planta no originaria de América). Buen ejemplo de ello podría ser el citado uso del metal para alejar a la tlahuelpuchi, a menudo en forma de tijeras abiertas -instrumento que tampoco usaban los pueblos prehispanos- para que se refleje y, horrorizada de sí misma, las use para suicidarse. 

Los cronistas Bernardino de Sahagún (Historia general de las cosas de Nueva España) y Muñoz Camargo (Historia de Tlaxcala) trataron el tema, aunque bajo la denominación genérica de nahuales. La Inquisición española, cuya principal preocupación era combatir las herejías -en los tocante a América, impedir que entrasen judíos y protestantes- y que desde que el inquisidor Alonso de Salazar y Frías emitiera en 1613 un informe negativo sobre la credibilidad de la brujería se limitaba a aplicar penas menores, no puso el más mínimo interés en la leyenda de las tlahuelpuchis, hasta el punto de que en todo el siglo XVII sólo se abrieron treinta y dos procesos relacionados con supersticiones, magia y rituales. Los que atañían a brujas de esa naturaleza fueron muy pocos, constando uno en Oaxaca (1658), otro en San Luis Potosí (1716) y uno más en Ciudad de México (1734); en los tres, los denunciantes decían haber visto una luz sobrenatural... y poco o nada más.

Consecuentemente, era la justicia popular, atávica, de tradición indígena, la que tomaba cartas en el asunto al margen de la ordinaria (a veces con la connivencia de ésta). Cuando los niños de un pueblo empezaban a enfermar súbitamente y afloraban en su piel extrañas marcas, donde el sacerdote diagnosticaba males físicos los vecinos veían heridas de succión y exsanguinación y, entonces, todos permanecían alerta dando por hecha la presencia de una tlahuelpuchi. Si alquna era identificada, terminaba linchada sin juicio y, al parecer, leo por ahí, más de una desgraciada perdió la vida de esa forma; la última, en una fecha tan reciente como 1973. Es célebre el caso ocurrido entre 1918 y 1922 en San Bernardino Contla, donde nueve niños fueron víctimas presuntamente de una tlahuelpuchi aunque la ciencia concluyó que las muertes se debieron a calenturas y alferecía (una enfermedad del sistema nervioso).

Algunos estudios antropológicos apuntan a que el origen del mito estaría en constituir una explicación para los fallecimientos infantiles no causados por enfermedad (una no identificable entonces era el síndrome de muerte súbita del lactante), caso de los infanticidios encubiertos (muy frecuentes en otras épocas en situaciones extremas de necesidad), óbitos por asfixia, etc. En San Bernardino Contla, por ejemplo, muchos de los pequeños no habían sido aún bautizados, lo que se tradujo en un factor doble de agravamiento, ya que por un lado permanecían ajenos al mundo de Dios y por otro el sacerdote no pudo administrarles los sacramentos y, por tanto, ver los cuerpos para describir los síntomas y darle una explicación racional a sus muertes.

Claro que a la anciana todo eso le resultaría ajeno (salvo que fuera oriunda de ese pueblo, claro). No sé si creía en las tlahuelpuchis o simplemente había encontrado la forma de retenerme un poco más para darle a la lengua, que es lo que sospecho, pero por una vez no me importó aguantar porque ya tenía tema para el artículo de Tlaxcala.

Comentarios

Anónimo ha dicho que…
Me gusta cómo escribes, disfruté mucho de la lectura y me encantó el texto!
Jorge Álvarez ha dicho que…
Pues muchas gracias, aunque sea con un poco de retraso :D

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