Tetralogía de Ocaña (y IV): la iglesia-convento de San José, tumba de Alonso de Ercilla

 

Cierro la tetralogía ocañasarra con un rincón de apariencia intrascendente, situado en la confluencia de las calles Mártires de Ocaña y Fernando Cadalso. Es un edificio del siglo XVII que, en principio, podría parecer no muy distinto a otros muchos que tachonan el plano de la localidad: aspecto macizo, severo, de piedra vista sin enlucir y casi carente de vanos para proteger la intimidad del interior. Porque se trata de la iglesia-convento de San José, lugar que, exagerando un poco -pero sólo un poco- resulta casi insólito en España, debido a que aún conserva los restos mortales de una de sus grandes figuras literarias del Siglo de Oro: Alonso de Ercilla y Zúñiga.

España tiene la desalentadora costumbre de perder a sus cadáveres insignes, unas veces por culpa de los avatares histórico-bélicos -caso del Cid o Colón- y otras por simple dejadez o negligencia -como pasó con Lope de Vega o Cervantes-, sumando un montón de lamentables casos; ya lo expliqué sucintamente en otro artículo titulado Sin rastro. Por eso la mayoría de los personajes importantes que están enterrados en el Panteón de los Hombres Ilustres de Madrid son, mayoritariamente, políticos y militares; alguna insondable razón parece empeñada en que los huesos de los escritores -por ceñirnos al tema- parecieran condenados a vagar de un sitio a otro como almas en pena, véase los casos de Quevedo y Calderón de la Barca.

Basílica de San Francisco el Grande (Concepción Amat Orta en Wikimedia Commons)
 

El propio Alonso de Ercilla podría ser un buen ejemplo, ya que tras su fallecimiento (en Madrid, el 29 de noviembre de 1594) fue sepultado en el citado convento de San José, bajo el altar que había en la cripta, donde permaneció varios siglos. Parecía que, al contrario que tantos colegas, disfrutaría de un bien merecido descanso eterno, pero no fue así. En 1869 las Cortes Constituyentes ordenaron el traslado de sus restos a la Real Basílica de San Francisco el Grande, que en 1837 había sido designada sede del mencionado panteón; ochocientos veintitrés reales costó aquella exhumación, que no tendría continuidad. 

Y es que en 1874, debido a las previstas obras de reubicación del panteón en el claustro de la nueva Basílica de Nuestra Señora de Atocha -que no llegó a hacerse-, se resolvió devolver lo que quedaba de Ercilla al lugar de origen. Cuando digo "lo que quedaba" es literal: una lauda funeraria conteniendo únicamente su cráneo, ignorándose qué fue de lo demás. O sea, en la práctica era más una reliquia que otra cosa y, como tal, no fue inhumada sino que se depositó sobre una mesa en la capilla del coro bajo, en el brazo derecho del crucero de la iglesia, decorada con un busto del poeta hecho de yeso. 

Placa en recuerdo de Alonso de Ercilla colocada junto a la iglesia-convento de San José (Adercilla en Wikimedia Commons)
 

No sería el final de sus avatares, puesto que en 1936, con el estallido de la Guerra Civil, el convento se utilizó como prisión y los daños que sufrió alcanzaron también al recuerdo póstumo de Ercilla. Finalmente, las carmelitas descalzas regresaron a su cenobio y el literato a su reposo, en el lado izquierdo del crucero, cerca del altar. Una lápida colocada en la parte alta de la cripta, entre dos bóvedas, informa al visitante de que allí se le enterró originalmente, junto a su esposa, María de Bazán, y su hermana, Magdalena de Zúñiga.

De hecho, fue María de Bazán la que fundó el convento en 1595, previa solicitud de permiso al arzobispo de Toledo, que era el cardenal Alberto de Austria, yerno de Felipe II (estaba casado con su hija, Isabel Clara Eugenia). El lugar se inauguró en 1626 y la priora también era de familia ilustre, sor Beatriz de Jesús, sobrina de Santa Teresa. Nadie imaginaba los avatares que habría de pasar aquel sitio, pues ya antes de la mencionada Guerra Civil las monjas tuvieron que abandonarlo temporalmente cuando las tropas napoleónicas lo convirtieron en cuartel en 1809 (como anécdota, cabe decir que al volver encontraron el cuerpo de un soldado francés enterrado junto a Ercilla).

San José en una hornacina de la fachada de la iglesia-convento (Zarateman en Wikimedia Commons)
 

Actualmente queda el pequeño y atípico claustro, un cuadrado con tres de sus lados sostenidos por arquerías ciegas y el cuarto acristalado, aunque con una galería superior abierta. También la citada iglesia, que en realidad está integrada en el conjunto y es de nave única, cubierta con bóveda de medio cañón y lunetas más una cúpula semiesférica sobre el crucero.

Llegados a este punto, es posible que haya lectores que no sepan quién fue exactamente Alonso de Ercilla y qué escribió. Pues, siguiendo el Diccionario biográfico de la RAH (Real Academia de la Historia), fue un madrileño nacido en 1533, el menor de cinco hermanos de una familia vizcaína acomodada pero arruinada porque el padre, que había sido jurista del Consejo Real (el gobierno de la época) perdió su señorío en un pleito y murió ese mismo año, seguido del primogénito, dejando a los suyos sin medios de vida. Para ayudarles, el emperador Carlos V incorporó a su viuda al servicio de su esposa, Isabel de Portugal, y a sus hijos como pajes. 

Retrato de Alonso de Ercilla atribuido a El Greco (Wikimedia Commons)
 

Por tanto, el joven Alonso se crió en la corte, lo que le permitió recibir una completa formación humanística de la mano del cronista real, Calvete de Estrella, y viajar por toda Europa acompañando al séquito imperial. En sus propias palabras:

...corrí la Francia, Italia y Alemania,

la Silesia, y Moravia hasta Posania,

ciudad, sobre el Danubio, de Panonia.

Estando en Inglaterra junto al príncipe Felipe, recibió la noticia de la muerte de Pedro de Valdivia en el Arauco y la sublevación de Hernández Girón en el Virreinato del Perú, decidiendo sumarse a las tropas que partían hacia las Indias para afrontar esos conflictos. Desembarcó en el Nuevo Mundo en 1556, encontrándose que la insurrección ya había sido reprimida, así que se unió a la expedición punitiva que el gobernador de Chile envió contra los araucanos. Él mismo narró esa experiencia en La Araucana, un poema épico cuyos versos endecasílabos tuvo que escribir en el poco papel disponible y, cuando no había, en corteza de árbol o cualquier soporte que encontrase.

No ha habido rey jamás que sujetase

esta soberbia gente libertada,

ni extranjera nación que se jactase

de haber dado en sus términos pisada,

ni comarcana tierra que se osase

mover en contra y levantar espada,

siempre fue exenta, indómita temida, 

de leyes libre y de cerviz erguida. 

 

Segunda edición de la primera parte de La Araucana (1574), conservada en la Biblioteca Nacional de Chile (Wikimedia Commons)

La Araucana cuenta aquella interminable guerra que nadie imaginaba que se iba a prolongar más de un siglo, por la feroz resistencia de los mapuches. Dividido en tres partes, cada una de treinta y siete cantos en octavas reales, se suceden los combates contra caciques como Tucapel, Caupolicán, Rengo, Lincoya o Lautaro, a los que el poeta trata como a bravos héroes homéricos. Hay batallas, emboscadas, traiciones, victorias, derrotas y, en suma, toda la violencia que envuelve a cualquier contienda:

La gente una con otra se embravece,

crece el hervor, coraje y la revuelta

y el río de la corriente sangre crece,

bárbara y española toda envuelta;

del grueso aliento el aire se obscurece,

alguna infernal furia andaba suelta,

que por llevar a tantos en un día,

diabólico furor les infundía.

También incluye el episodio de su encarcelamiento por un duelo -librándose in extremis de la pena de muerte-, su marcha al Perú para unirse infructuosamente al ejército que iba a reprimir la sublevación de Lope de Aguirre y la larga enfermedad sufrida en Panamá que le postró en cama año y medio. 

Pasé y volví a pasar estas regiones,

y otras por ásperos caminos, 

traté y comuniqué varias naciones,

viendo cosas y casos peregrinos:

diferentes y extrañas condiciones

animales terrestres y marinos, 

tierras jamás del cielo rociadas

y otras a eternas lluvia condenadas.

Finalmente, regresó a España en 1563, casándose meses después con Rafaela de Esquinas, mujer humilde con la que tuvo un hijo, Juan. En 1569 empezó a publicar La Araucana con notable éxito de público y un poco habitual aplauso de sus colegas literarios. Entretanto, quedó viudo y volvió a contraer matrimonio en 1570, esta vez ventajoso: con María de Bazán, familiar del famoso marino. Con ella no tuvo más descendencia, pero sí hay que anotarle dos vástagos ilegítimos, a los que reconoció.

El poeta, en un retrato dieciochesco de Antonio Carnicero, grabado por Fernando Selma (Wikimedia Commons)
 

Nombrado gentilhombre de cámara y caballero de Santiago, acompañó a Carlos V en su expedición a La Goleta, viajó por Italia y conoció en Roma al papa Gregorio XIII, amigo de su difunto padre. La publicación de la segunda parte del poema sirvió para ponerle en el candelero de nuevo e incluso recibir una misión diplomática, pero Ercilla era ante todo -y aparte de escritor- soldado, por lo que en 1582 se embarcó en la expedición de Álvaro de Bazán a las Azores. Luego completó su oficio con otros como censor de libros, prestamista y comerciante. 

El fallecimiento de su hermana y de su hijo bastardo Juan en la Empresa de Inglaterra le deprimieron en la etapa final de su vida, aunque tuvo tiempo de publicar la tercera parte de La Araucana, la más erudita y culta (también la menos histórica), en 1589. Murió en 1594, sin imaginar que su ajetreada vida iba a tener un epílogo igualmente movido. Estos versos suyos, correspondientes a la última estrofa de su obra maestra, faltando apenas un lustro para su muerte, son el mejor cierre para el artículo: 

Y yo que tan sin rienda al mundo he dado

el tiempo de mi vida más florido,

y siempre por camino despeñado

mis vanas esperanzas he seguido, 

visto ya el poco fruto que he sacado,

y lo mucho que ha Dios tengo ofendido;

conociendo mi error, de aquí en adelante

será razón que llore y que no cante.

 

Imagen de cabecera: exterior de la iglesia-convento de San José, en Ocaña (Adercilla en Wikimedia Commons).

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