Auld lang syne

La primera vez que recuerdo haber oído Auld Lang Syne fue cuando la cantaban los confiados pasajeros del crucero Poseidón allá por 1973, despidiendo el año mientras al capitán Leslie Nielsen le entraban sudores fríos al ver con sus prismáticos el gigantesco tsunami que se les venía encima. 

Después me acostumbré a escucharla cada Navidad, sobre todo desde que se instaló en España la televisión privada y Antena 3 programaba invariablemente -y sigue- ¡Qué bello es vivir!, que termina con una apoteosis de la felicidad capriana en la que la cantan todos para subrayar el alivio de James Stewart. Por eso me resulta curioso que siga circunscrita al mundo anglosajón y aquí, donde tendemos a importar tantas manifestaciones culturales, pase prácticamente desapercibida; incluso en Nochevieja.

Auld Lang Syne es una canción que se usa para las despedidas, ya sean del año -sobre todo-, de una persona o incluso de un fallecido, aunque es verdad que en este último caso suele ceder el sitio a otra obra, Amazing Grace. Curiosamente, ambas son escocesas y escritas en el siglo XVIII. La segunda fue concebida como himno religioso por un sacerdote protestante deseoso de enmendar su pasado esclavista. Pero Auld Lang Syne tuvo una génesis diferente, tan laica como su letra, surgida de la pluma del que es considerado el gran poeta nacional de Escocia: Robert Burns.


Memorial de Robert Burns en Edimburgo (dun_deagh en Wikimedia Commons)

Burns era de familia pobre, de agricultores que trabajaban de granja en granja sin poder nunca ahorrar lo suficiente para asentarse en un sitio. Un intento suyo de emprender la aventura de crear un taller textil fracasó a causa de un incendio y eso le decidió dedicarse a la poesía, pues desde la adolescencia escribía versos. Lo compatibilizó con una ajetreada vida amorosa que incluyó engendrar una hija extramatrimonial con la criada de sus padres, casarse con la hija de un albañil y tener una aventura con otra mujer con la que planeó escapar a Jamaica -ella murió antes de poder hacerlo-. Fruto de todo ello fueron nueve hijos y otros cuatro ilegítimos, el último póstumo porque nació el día de su funeral.

Su primera antología de poemas se publicó en 1786 y cosechó tanto éxito que se convirtió en una celebridad en todo el país. Se estableció en Edimburgo, codeándose con la flor y nata de la literatura escocesa (incluyendo a un todavía desconocido y jovencísimo -dieciséis años- Walter Scott), colegas de luma y papel a los que no importaban su modesto origen ni sus modales algo rústicos. Allí, mientras seguía escribiendo, consiguió un mecenas y nuevos amores, contrayendo el citado matrimonio en 1788. 


La casa natal de Robert Burns, en Alloway, Ayshire (DeFacto en Wikimedia Commons)

Fue el mismo año en que alumbró Auld Lang Syne, ya que entonces estaba enfrascado en escribir letras para canciones y ésta surgió de su afición a rescatar viejas piezas tradicionales. En una carta decía habérsela oído tararear a un anciano, pero lo cierto es que circulaba una edición impresa por James Watson en 1711 con el título Old Long Syne, traducible como "Hace mucho tiempo" que, evidentemente, debía ser la misma. El estribillo escrito por Burns dice así: 

"For auld lang syne, my dear, 
for auld lang syne, 
we'll take a cup o'kindness yet, 
for auld lang syne".

La traducción al español suele ser: 

"Por los viejos tiempos, amigo mío, 
por los viejos tiempos: 
tomaremos una copa de cordialidad
por los viejos tiempos".

Las simpatías de Burns por los ideales de las revoluciones americana y francesa le granjearon enemistades, lo que agrió un poco su carácter provocándole episodios depresivos que no fueron sino el preludio de su final. Falleció en 1796, con sólo treinta y siete años, y le enterraron en una sencilla tumba del cementerio de Dumfries, aunque luego se trasladaron sus restos a un mausoleo. Es curioso reseñar que actualmente tiene casi un millar de descendientes.

La estatua (Kim Traynor en Wikimedia Commons)
En 1819, el arquitecto Thomas Hamilton recibió el encargo de construir un memorial en honor de Robert Burns, financiado mediante suscripción popular. Terminado en 1829, se encuentra en Regent Road, al pie de la emblemática Calton Hill, y tiene la misma forma que uno de los monumentos más iconográficos de esa colina, el dedicado al filósofo Dugal Stewart: una versión de la linterna de Lisícrates ateniense. Originalmente sólo había una estatua -encargada al escultor inglés John Flaxman-, pero, según parece, sobraron fondos y se emplearon en añadirle ese templete que la cobijaba. Hablo en pasado porque en 1889 se trasladó la figura a la Scottish National Portrait Gallery para garantizar su conservación.

Otro rincón de la capital de Escocia que recuerda al poeta es una de las inscripciones que hay en Makar's Court, un fascinante patio encajonado entre edificios del laberíntico casco antiguo, cuyo suelo está cubierto de baldosas con citas literarias de treinta y ocho literatos británicos -una docena de ellos escoceses- y donde se ubica, muy apropiadamente, el Museo de los Escritores. La de Burns dice así: "Man to man the world o'er/Shall brithers be for a that"; es una estrofa sacada de Is there for honest poverty?, otra canción que compuso en 1795 exaltando la igualdad social y que se usó en 1999 para inaugurar la nueve sede del Parlamento (que está muy cerca del monumento, por cierto).

Para terminar, nada mejor que oir Auld lang syne en el contexto adecuado: aquí dejo la versión de Rod Stewart, interpretada en vivo en una Nochevieja en el Castillo de Stirling.


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