La Campa Torres, viajando al pasado astur y romano de Gijón
El cabo Torres es un pequeño saliente que se adentra tímidamente en las bravías aguas del Cantábrico, sobre cuyo nivel se eleva un centenar de metros cortados a pico en la roca. Un sitio pelado, desnudo de vegetación salvo por la alfombra de hierba verde que lo tapiza, que antaño, curiosamente, era muy distinto: estaba cubierto por un bosquecillo de robles, encinas, cerezos y hiedra que se beneficiaba de un suelo más rico que el actual, pero que terminó desapareciendo víctima de un incendio, quizá causado por un rayo, quizá por ganaderos para obtener pastos.
| Maqueta del cabo Torres con el poblado |
La primera excavación arqueológica en Asturias -al menos la primera que sepamos- se llevó a cabo precisamente en esa localidad en 1783 y no la dirigió un arqueólogo, ya que en esa época todavía no existía tal profesión, sino el arquitecto Manuel Reguera González, que por entonces estaba realizando obras en el puerto, a instancias de Gaspar Melchor de Jovellanos, epítome de los ilustrados españoles. El lugar de los trabajos fue el susodicho cabo Torres, donde algunas fuentes del siglo XV aseguraban que había restos de un gran monumento romano piramidal al que se accedía por una escalera de caracol.
| El noroeste de la Hispania romana |
En realidad se trataba de una exageración, ya que nunca hubo tal y lo único en lo que se basaba esa idea era una lápida consagrada a Augusto, que formaría parte de un grupo de tres a las que se denominaba Aras Sestianas (el nombre Sestianas sería una referencia al gobernador Lucio Sesto Quirinal). La inscripción, en latín obviamente y a falta de un fragmento borrado por una damnatio memoriae aplicada a su presunto dedicante, Cneo Calpurnio Pisón, legado de la provincia Citerior que fue acusado de traición por Tiberio, dice así:
IMP CAESARI AVGUSTO DIVI F
COS XXIII IMP XX PONT MAX
PATR PATRIAE TRIB POT XXXII
..................................................
.............................SACRUM
Su traducción sería: «Al emperador César Augusto, hijo del Divino (Julio César), trece veces cónsul, emperador con veinte salutaciones imperiales, pontífice máximo, padre de la patria, treinta y dos veces investido de tribunicia potestad.........le consagró este monumento».
| La inscripción del Ara Sestiana se exhibe in situ, en el Museo de la Campa Torres |
Por lo demás, no se veían restos arquitectónicos por ninguna parte debido a que, como era costumbre, el sitio fue convertido en una improvisada cantera de la que obtener piedra sin demasiado esfuerzo; si pasó con el Coliseo, cómo no en Gijón. La propia lápida augustana había sido trasladada en el siglo XVI a una ermita gijonesa para que sirviera de altar, antes de que un noble local, el conde de Peñalba, imbuido también del espíritu de la Ilustración, la llevase a su casa para protegerla. No sean malpensados; el templo estaba tan cerca del mar que solía inundarse, poniendo en peligro la pieza.
El arquitecto Reguera sacó a la luz las ruinas de un par de edificios que sirvieron, una vez más, para surtir de piedra a los vecinos y terminaron desapareciendo por completo en el siglo XX, cuando en el cerro se instalaron baterías costeras en el contexto de la Guerra Civil. Lo que quedaba claro era la confirmación de lo que decían los eruditos de los siglos XVI-XVIII sobre un asentamiento romano -desde Ambrosio de Morales a Jovellanos mismo, pasando por Luis Alfonso Carvallo, Alfonso de Marañón y Espinosa-, pero hubo que esperar a 1972 para que José Manuel González, profesor de la Universidad de Oviedo, lo identificase como el castro de Noega.
| Uno de los pozos, con escaleras de bajada |
El nombre deriva de la campa o llanura interior del recinto, el área donde estaban las viviendas; una segunda zona era la defensiva, que rodeaba el cerro. La visita, que consta de quince puntos de observación, pasa primero por este perímetro. Al foso, el elemento más exterior, lo llamaban antaño la Canal de los Moros y tiene hasta ocho metros de profundidad en algunos sitios. Le sigue el contrafoso, una especie de parapeto de tierra y piedras con escaleras que deja paso al antecastro, franja llana de seguridad, antes de que se alcance la muralla.
| De derecha a izquierda: foso, contrafoso, antecastro y muralla |
En esa parte, la más antigua (finales del siglo V a.C.), se conservan restos de un hogar con decoración lineal incisa, aunque no se sabe si estaba dentro o fuera de una casa porque de ésta no queda nada. Se pasa entonces al siguiente punto, la campa, donde casi todo es ya romano, como demuestran los cimientos de planta cuadrada de las casas; los de los astures eran de planta circular (queda uno visible). Si alguien quiere hacerse una idea de su aspecto, hay reconstruidas una de cada justo al lado del museo.
| Reconstrucciones de una casa romana (izq.) y otra astur (dcha.) |
No obstante, la base de la economía se basaba, como en casi todas partes, en agricultura (escanda, cebada), recolección (bellotas, berzas silvestres y frutos secos) y ganadería (bovina, ovina, caprina, porcina y equina). Al estar al lado del mar también eran importantes el marisqueo -recordemos el conchero- y la pesca -de baja altura, pues el hallazgo de huesos de una ballena sólo indica que aprovecharían el probable varamiento del animal-, mientras que la caza se centraba en ciervos, jabalíes, corzos y aves.
| La campa, en la zona intramuros, donde estaban las viviendas |
Todo tiene su final. En el siglo I d.C. empezó el abandono progresivo del oppidum en favor de la nueva ciudad que crecía en el vecino cerro de Santa Catalina a partir de la antigua Gigia astur que cita Ptolomeo. Era una ciudad bastante más pequeña que otras de Hispania más famosas, pero allí terminaba la prolongación en la Asturias Trasmontana (o sea, la de más allá de las montañas) de aquella calzada que enlaza Emérita Augusta (Mérida) con Astúrica Augusta (Astorga), la Vía de la Plata. Hoy es el barrio gijonés de Cimadevilla y, como vestigio, quedan un tramo de muralla, un aljibe y una termas; todo ello junto con la Villa de Veranes, merecía una visita y he cumplido. Fuerza y honor, que diría Máximo (lo siento, no pude resistir la tentación).
Fotos: JAF
Comentarios