La Senda del Oso (Asturias)

 

Terminaba el artículo anterior, dedicado al Parque de la Prehistoria de Teverga (Asturias), explicando que el animal posible de la fauna cuaternaria que faltaba en ese lugar era el oso, pero que éste se podía ver en una ruta cercana, a la cual es posible acceder desde el propio parque por un itinerario habilitado sobre la antigua vía del tren minero. 

Era el que, de 1900 a 1963, año este último en que se agotaron los yacimientos, transportaba hierro y carbón por el valle del río Trubia, desde las minas de Entrago (Teverga) y Santa Marina (Quirós); ambos ramales confluían en Caranga de Abajo (Proaza) para terminar en Trubia (Oviedo), tras atravesar cuatro concejos en total. Donde antes estaban los raíles, ahora hay una pista de hormigón flanqueada de arboledas que se ha bautizado con el nombre de Senda del Oso. 

Mapa de la Senda del Oso (sendadeloso.org)
 

Como cabe deducir, ese apelativo se debe a dos crías de plantígrado; aquellas cuya madre fue abatida por un cazador furtivo en 1989 y que, rescatadas por el SEPRONA, fueron pasando de un lugar a otro de España hasta que tres años después quedaron instaladas en el asturiano monte Fernanchín, cercado ex profeso. Es un recinto protegido con valla electrificada, amplio -cuatro hectáreas-, en el que viven en semilibertad, aunque muy acostumbradas a la presencia humana por sus cuidadores y por los curiosos que se acercan a verla -es raro no conseguirlo-.

Se las bautizó como Paca y Tola y aunque es obvio que no se trata de osos cavernarios, la especie ya extinta que vivía en la Asturias del Pleistoceno, su presencia atrae a mucha gente que remata la jornada al aire libre contemplándolas a través del vallado, desde una plataforma construida para ello. No a las dos, puesto que Tola murió en 2018, sino a su hermana y a Molina, otra osa posteriormente rescatada y curada tras despeñarse de un risco, que no consiguió readaptarse a la vida en libertad total. 

Estatua erigida en el Área Recreativa de Tuñón
 

Hubieran podido ser más si en 2012 no hubiera fallecido el único osezno engendrado por Tola gracias a Furaco, un macho traído con ese objetivo desde Cabárceno (Cantabria) y que pasó casi una década con las hembras asturianas antes de regresar frustrado a su tierra, donde sí había dejado preñadas a varias osas; Paca y Tola eran ya demasiado mayores para ser madres, a sus veinte años de edad, de ahí la decepción de Tola. Molina es más joven, nacida en 2013; al parecer, tiene un carácter nervioso y desconfiado frente al de Paca, más tranquila. Un observador puede distinguirlas por el color de su pelaje, ya que la primera es grisácea y la segunda presenta una tonalidad clara.

Una de las osas asturianas
 

El oso pardo europeo es una subespecie de Ursus arctos, con ligeras variantes regionales porque el cantábrico tiene un tamaño algo más pequeño que el pirenaico, por ejemplo. Hablamos del mayor mamífero salvaje de la fauna ibérica actual, ya que los machos pueden superar los ciento ochenta kilos, aunque lejos del gigantesco oso de las cavernas prehistórico (Ursus spelaeus), que tenía un peso promedio entre trescientos y seiscientos kilos, alcanzando ocasionalmente los ochocientos. Erguido, aquel gigante cuaternario llegaba a medir unos tres metros, por lo que se entiende que su caza por parte de los humanos de hace treinta o cuarenta mil años revistiera un carácter temible, probablemente teñido de un carácter mágico. 

Área de distribución del oso pardo cantábrico, en la que viven cerca de tres centenares y medio de ejemplares (Wikimedia Commons)
 

Seguramente no pocas veces esa actividad cinegética acabaría en tragedia para alguno de los cazadores, como le pasaba al neandertal Gaw en la película En busca del fuego (en cuyo rodaje, que tuvo lugar en 1981 -antes de la era digital-, tuvieron que recurrir a un oso actual en combinación con un disfraz). Si, gracias a las nuevas tecnologías, la escena del ataque plantígrado en otro film, El renacido, resultaba impactante, cabe imaginar lo que sería enfrentarse con un oso cavernario que era un treinta por ciento más grande. Y entre animal y humano sólo había precarias lanzas de punta de madera endurecida al fuego y rocas arrojadizas. No es extraño que haya cementerios prehistóricos donde se amontonaban cráneos de esas fieras con carácter de culto.

La caza del oso de las cavernas en una ilustración ya clásica

Volviendo a la senda en sí, recorre un total de cuarenta kilómetros aproximadamente, si bien lo normal es hacer sólo alguno de sus tramos. Aunque en general es una ruta bastante llana, muchos eligen empezar desde Entrago (lo que facilita visitar las instalaciones mineras) para reducir el esfuerzo de la caminata gracias al desnivel descendente (que es de unos trescientos metros en todo el trayecto), algo que se nota sobre todo en bicicleta porque no hace falta casi pedalear; si se contrata el alquiler del vehículo con alguna empresa de turismo de aventura local te esperan al final para llevarte de regreso y ahorrarte dieciséis kilómetros cuesta arriba. 

 

Un antiguo túnel ferroviario...

... y otro vegetal

Pero hay otras posibilidades. Una, muy frecuentada por quienes prefieran pasear sólo un poco o pasar un día al aire libre en familia, es ir en coche directamente hasta el Área Recreativa de Bunyera, que está a unos seiscientos metros del recinto de las osas y se llega en pocos minutos a pie. En mi caso, prefiero partir casi siempre desde Tuñón (en el concejo de Santo Adriano), terminando bien en el cercado, bien en el embalse de Valdemurio (en el de Quirós), donde se puede rematar la jornada remando en piragua o practicando escalada en un imponente farallón calizo. 

La iglesia prerrománica de Santo Adriano de Tuñón
 

La salida es inmejorable porque se hace desde un área recreativa con aparcamiento y, además, enfrente está la iglesia prerrománica de Santo Adriano; desde el siglo IX, nada menos, con un pequeño cementerio parroquial adjunto que tiene la curiosidad de disponer sus nichos en bloques diagonales.  El trayecto, que discurre en paralelo al río Trubia, resulta fácil, apto para niños y bebés (para éstos alquilan bicicletas con silla detrás, remolque e incluso tándems), a la sombra de avellanos, cruzando puentes, atravesando túneles de piedra o vegetación, entre praderías en las que pastan vacas, ovejas, cabras y caballos... 

El río Trubia

Al recorrer la senda se encuentran bucólicas estampas, como ésta
 

A tres kilómetros y medio de marcha se llega a Villanueva, un pintoresco pueblo de casas de piedra vista, con acceso automovolístico sólo para residentes y aderezado con varios elementos de interés: hórreos, paneras, dos iglesias románicas con bellos capiteles labrados y un fotogénico puente de piedra al que dicen romano aunque es medieval. Un par de kilómetros más y aparece la despejada Área Recreativa de Bunyera, un poco más allá de la cual se podrá disfrutar del refugio osero. 

La iglesia de San Romano...

...y un hórreo en la localidad
 

Regresar a Tuñón cuesta abajo es mas fácil y al acabar se habrán cubierto diez kilómetros... a no ser que después de ver a las osas se siga adelante hasta el mencionado embalse, dejando atrás un desfiladero y una central eléctrica, lo que significará sumar otros diez kilómetros (ida y vuelta). Si ése es el plan, conviene escoger la bicicleta en vez de las botas para volver con mayor rapidez; no digamos ya si se decide continuar hasta el final, en Ricabo, que está a treinta kilómetros de Tuñón.

 

Lavadero tradicional en Villanueva

Ruinas de un viejo molino de agua
 

Quizá lo mejor de la Senda del Oso, plantígrados y naturaleza aparte, sea su versatilidad. No sólo se puede elegir qué tramo hacer sino que es posible combinar dos o más, recorrerlos a pie o a pedal, comer al aire libre o en restaurante, pasar un día o pernoctar en alguna casa rural, conectar con otros recorridos interesantes (como la vecina -y magnífica- Ruta de las Xanas) o visitar sitios del entorno igualmente recomendables (el citado Parque de la Prehistoria, el pueblo medieval de Bandujo, las momias de la Colegiata de San Pedro de Teverga, etc). Da para mucho.

Una sorpresa en cada recodo. La cabra, por cierto, es muy frecuente en la iconografía artística del Magdaleniense

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