Entre uros y bisontes: el Parque de la Prehistoria de Teverga

 

Henryk Sienkiewicz fue un periodista polaco, nacido en 1846, que ya antes de estudiar filología e historia en la universidad había empezado sus pinitos literarios, compatibilizándolos luego con su trabajo de corresponsal en EEUU y numerosos viajes realizados a lo largo de cuatro años. Cuando regresó a Polonia, y aunque todavía haría esporádicas visitas a otros países (entre ellos España, en 1888), se centró en su carrera de escritor. No sólo no le fue mal (era un super-ventas y se enriqueció gracias a ello), sino que incluso ganó el Nobel de Literatura en 1905. Su obra más famosa es Quo vadis, pero yo recuerdo de mi niñez la lectura de una interesante versión en cómic del dibujante Juan José Úbeda para la colección Joyas Literarias Juveniles de la editorial Bruguera, Los caballeros teutones, que me fascinó especialmente por la escena en la que los protagonistas, el caballero Matsko de Bogdaniec y su impetuoso sobrino Zbyshko, cazan un bisonte. Entramos en materia.

La escena de la caza del bisonte en el cómic
 

Hasta entonces, yo pensaba que sólo había bisontes en Norteamérica. Obviamente, nunca había visto uno vivo porque en Europa, donde se extendía ampliamente desde la prehistoria, esa especie se fue extinguiendo penosamente mientras su hábitat se reducía cada vez más, hasta la muerte del último ejemplar libre en el Cáucaso, en 1927. Así que tenía que conformarme con ver los documentales de animales -que en esa época eran frecuentes en la televisión y hay toda una generación muy versada en zoología gracias a ellos-, en los que a veces hablaban de los reintroducidos en varios países del este, especialmente en el bosque polaco de Bialowieza, o de sus más numerosos primos americanos, que de vez en cuando mostraban las películas del oeste. 

Por cierto, hablando de westerns, recuerdo también la impresión que me produjo el film El desafío del búfalo blanco, adaptación de una novela de Richard Sale -otro periodista metido a escritor, guionista, cineasta y lo que hiciera falta-, con un argumento mezcla de aventura y misticismo: Bill Hickok y un indio llamado Gusano -que al final resulta ser Caballo Loco- unen sus fuerzas para cazar un enorme bisonte albino, el primero para acabar con unas pesadillas que tiene con él y el segundo para vengar que al que considera un wanagi (espectro, en lengua oglala) matase a su hija. 

Cartel de la película, con un bisonte bastante exagerado de cuerpo y faz
 

En su momento pasó por ser la típica cinta de monstruos de la época post-Tiburón cuando en realidad era una trama alegórica claramente deudora de Moby Dick, pero lo importante para lo que estoy comentando es que en su primera escena se veía a Hickok (Charles Bronson) bajando del tren en una estación en la que había una montaña de osamentas de bisonte, miles de ellas apiladas, fruto de aquellas matanzas cinegéticas que los pasajeros ferroviarios hacían desde los propios vagones en marcha por diversión y que pusieron a la especie en peligro de extinción. 

En suma, que no pude ver un bisonte que no fuera en imagen -papel, pantalla, pintura rupestre, cajetilla de tabaco- hasta que, ya algo más mayor, visité un zoológico. El animal distaba de presentar el espléndido aspecto que siempre se espera, pues estaba flaco, medio pelado y sucio, recibiendo a las visitas indolentemente mientras chapoteaba en un barrizal y emanando un intenso olor bovino. Pero no fue suficiente para quitarme la ilusión y cuando hace poco decidí visitar el Parque de la Prehistoria de Teverga me froté las manos, sabiendo que una parte del recinto alberga fauna paleolítica; incluyendo bisontes.


 

Mapa de ubicación del Parque de la Prehistoria de Teverga y plano de éste
 

Cambiemos, pues, de escenario. Teverga es un concejo del centro-sur de Asturias, tan verde y montañoso como dicta el tópico sobre esa tierra. No se han encontrado allí restos del Paleolítico, pero sí del Neolítico, sobre todo túmulos aunque también pinturas en abrigos naturales. Pese a ello, fue el lugar elegido para ubicar el mencionado Parque de la Prehistoria cuando se creó en 2007, en lo que era un proyecto insólito hasta la fecha. Ignoro cuál fue el criterio para elegir tal lugar, algo sobre lo que no han faltado críticas: aparentemente se halla a sólo cuarenta y seis kilómetros de Oviedo, pero las distancias resultan engañosas en Asturias y llegar desde la capital requiere algo más de una hora de tiempo, con el esfuerzo de serpentear por una sinuosa carretera, todo lo cual hace que el número de turistas no sea tan elevado como debiera, centrándose la actividad sobre todo en visitas escolares.

Área de recepción del Parque de la Prehistoria de Teverga

 

El pabellón de la Galería

En fin, yo soy ovetense precisamente, así que estoy acostumbrado a pagar ese peaje de desgaste de pastillas de freno y vómito infantil. Y si hay bisontes esperando, no hay más que hablar. Mi plan era llegar, comer allí mismo, en el restaurante cafetería, y luego entrar a los rincones estrella del sitio, que son la Galería (un centro de interpretación del arte del Paleolítico Superior europeo, con un recorrido didáctico elaborado por prehistoriadores de renombre y con multitud de réplicas a escala real) y la Cueva de Cuevas (espacio subterráneo donde se recrean y explican, a cargo de un guía, tres de las grutas prehistóricas europeas más destacadas por su arte parietal: las asturianas de Tito Bustillo y Candamo, más la francesa de Lascaux). Lamentablemente, la cocina estaba cerrada porque su encargada se había ido de vacaciones, así que aquella fue una tarde de comida basura, a base de patatas fritas, donuts y similares, que vaya usted a saber qué efectos hubiera provocado en los estómagos de neandertales y sapiens (aunque, pensándolo bien, no vivían en una época en la que se desechase algo comestible).

Reproducción de las pinturas rupestres de La Covaciella (Asturias) en La Galería

Muestrario de fauna del Pleistoceno en una reproducción de las pinturas rupestres de la cueva francesa de Chauvet
 

El caso es que sobreviví y tras hacer los recorridos mencionados, fascinantes, didácticos y tan profusos como rigurosos en datos, llegó el momento de rematar la visita en el cercado de los animales. Constituyen éstos un ejemplo viviente de la fauna que se podía encontrar uno hace diez o veinte milenios; la comida de verdad, vamos. Faltan los mamuts, que nadie ha podido "resucitar" todavía en laboratorio, aunque todo se andará porque se calcula que bajo la tundra asiática hay millares de ejemplares congelados, esperando a ser descubiertos, y tarde o temprano alguno proporcionará ADN en buen estado. Cuando eso ocurra, el mamut pasará a buen seguro a ser la starlette de éste y otros parques; mientras tanto, el protagonismo se lo reparten otros mamíferos del Cuaternario.

Recreación de un enterramiento prehistórico

 

Los primeros que se encuentra un visitante, en un cercado a la entrada, son los tarpanes, subespecie de Equs ferus; caballos que habitaron en los bosques de Europa y las estepas de Asia hasta la muerte del último en la Rusia del cuarto final del siglo XIX. Documentado, por ejemplo, en el Cantar de los nibelungos, el tarpán es una especie de poni, pequeño, no peludo ni suave como Platero sino robusto, que llegó a la península ibérica en el Mesolítico y ahora se ha recuperado mediante una cría selectiva que, como resulta obvio, no es genéticamente igual que el original. Los de Teverga, una familia de tres individuos (padre, madre e hijo), son del color denominado grullo, un característico gris parduzco claro.

Caballos tarpanes
 

Otra subespecie equina que espera al visitante son los caballos przewalski. Éstos no llegaron a extinguirse gracias a que los naturalistas lograron salvar algunas manadas que hoy viven en parques de Mongolia, China y Ucrania. También es de dimensiones modestas, con patas cortas, cabeza grande y morro convexo, si bien su rasgo más distintivo quizá sea el colorido: entre amarillento y marrón el cuerpo, blanco el hocico y oscuras la crin (que además no es lacia sino erecta) y la cola. No está claro si los caballos de las pinturas rupestres de Europa occidental son tarpanes o przewalski; probablemente ambos, según se deduce de los rasgos representador, si bien habría que sumarles algún tipo más: los pintos de La Pileta y Lascaux, los moteados de las cuevas francesas de Pech-Merle, Montespan y Mayenne-Science...

Caballos przewalski

 

Tampoco faltan cérvidos en el parque de Teverga, en concreto gamos y ciervos. Los primeros abandonaron lo que hoy es Asturias durante la glaciación, buscando un clima más templado en el Mediterráneo, y no pudieron volver hasta que los reintrodujeron los romanos; de los segundos, hay varios individuos compartiendo espacio -y moscas- con los anteriores. Sería espectacular contar con algún megalocero, un ciervo gigante de más de dos metros de altura y cuyas astas podían alcanzar tres metros y medio de punta a punta, pero lamentablemente se extinguió en el Neolítico, así que habría que reproducirlo mediante ingeniería genética, como al mamut. Paciencia, que a lo mejor un día nos enteramos de que un multimillonario no ha reparado en gastos para combinar ADN de animales prehistóricos y actuales que dotarán de protagonistas al parque temático que está construyendo en una isla del Pacífico.

Gamos

 

Para el final me quedaban otros dos gigantes. Uno de ellos es el uro, otro bóvido que en su día también me hizo soñar porque, como era frecuente hace tiempo, se tendía a confundirlo con el bisonte (algunas traducciones de la novela de Sienkiewicz usan ambos términos indistintamente); y eso que perduró hasta hace relativamente poco, al perecer el último ejemplar en la Polonia de 1627. Pero el uro es diferente al bisonte. Se trataba de un animal enorme, con una altura en cruz de metro sesenta u ochenta -algunos hasta dos metros- e imponente pitones de cien centímetros de longitud. 

El uro
 

Musculoso, fornido, sus patas eran largas sin embargo, lo que le permitía correr a considerable velocidad; para quitarse de en medio, según Julio César, que describe a los uros como "agresivos, capaces de atacar a cualquiera que no guardase distancia suficiente". La recreación genética ha dado como resultado el llamado uro de Heck, muy discutido por algunos científicos debido que es bastante menor que el original en tamaño y carácter; es el que se puede contemplar en Asturias -varios ejemplares-, pastando tranquilamente como si supieran que está a salvo del triste destino de su descendiente ibérico actual, el toro de lidia. 

Una tarde apacible
 

El otro gigante de Teverga, claro, es el bisonte. Su cercado está al final del recinto, un amplio prado rodeado de árboles y protegido con pastor eléctrico para evitar que los dos individuos que lo habitan, macho y hembra, salgan y provoquen algún follón, como le pasó a la hija de Caballo Loco en la película. Me recibieron acostados sobre un lodazal reseco, con su denso pelaje pardo-rojizo envuelto por una capa polvorienta pero, por suerte, estando sus gruesas cabezas barbadas acostadas sobre el suelo de cara a mi posición, de modo que resaltaban lo descomunal de su cruz y la simétrica elipse de la cornamenta. Parecían posar ante mi cámara con la languidez propia del atardecer, al final de una jornada de trabajo para las cámaras, mientras el bajo sol septembrino empezaba a proyectar sombras.

Los bisontes de Teverga

 

Remoloneé cuanto pude antes de dejar a aquella despreocupada pareja de colosos, hoy por hoy los mamíferos terrestres más grandes del continente, deseando que mi próximo encuentro con los de su especie ya no fuera en petit comité sino, a ser posible, en manada; en Bialowieza o Dakota, pongamos. Me quedaba, eso sí, otro titán al que visitar: el oso. Pero ya no fue en el parque tevergano sino en la ruta con nombre de plantígrado que tiene acceso directos desde ahí, pese a estar ya en el vecino concejo de Proaza. Lo contaré en otra ocasión.

Fotos: JAF y Marta BL

Comentarios

Entradas populares de este blog

El saqueo de Mahón por Barbarroja y el fuerte de San Felipe

Santander y las naves de Vital Alsar

La Capilla Sixtina: el Juicio Final