La sevillana Cabeza del rey Don Pedro (I)

Pedro I, por Joaquín Domínguez Bécquer

Nada de fruncir el ceño: sí, el monarca al que se refiere el título es Pedro I el Cruel; y no, éste no era sevillano de nacimiento sino burgalés (aunque en el retrato de al lado se parezca a Michael Caine).  Tampoco es ésta de la imagen la cabeza a que me refiero, aunque ambas sean suyas. A ver, aclaremos este lío: ocurre que una calle de Sevilla tiene ese extraño nombre, como tantas otras de la ciudad, y ésta se debe a una leyenda muy jugosa que paso a contar, aunque no sin antes recomendar visitarla en persona, tanto por ver el anecdótico monumento que recuerda los hechos como por ubicarse en el casco antiguo de la capital andaluza, una maravilla para recorrer a pie.

Y empezamos recordando quién fue Pedro I. Nació en el célebre Monasterio de Santa María la Real de las Huelgas en 1334, hijo de Alfonso XI de Castilla y María de Portugal. Era el príncipe heredero, pues, aunque no vivió exactamente como tal, ya que lo hizo semiexiliado con su madre en Sevilla. Ello se debió a que su padre, que se ganó el apodo de el Justiciero por el fortalecimiento del poder real que consiguió frente a la nobleza y por ser uno de los baluartes de la Reconquista, llevaba una vida sentimental que podríamos tildar eufemísticamente de algo complicada. Veamos el porqué.

Alfonso XI, por Francisco Cerdá
Cuando tenía catorce años le habían casado con Constanza Manuel de Villena, hija de Don Juan Manuel (el famoso autor de El conde Lucanor), que apenas había cumplido nueve. El matrimonio nunca se consumó y en 1327 Alfonso repudió a su esposa para casarse con la que el poeta Luis de Camoes definió como fermossísima María de Portugal, la hija del luso Alfonso IV, en lo que prometía un provechoso enlace estratégico porque la reina consorte del luso, Beatriz, también era castellana. Pero no salió bien; primero, porque el matrimonio estuvo a punto de anularse por la tardanza de ella en alumbrar un heredero; y segundo, porque cuando por fin lo hizo, éste, Fernando, falleció con sólo un año de edad.

Luego nació Pedro pero para entonces su padre ya había puesto los ojos en otra dama llamada Leonor de Guzmán, una castellana de rancio abolengo con antepasados reales que se convirtió en la Favorita, mote con el que luego Donizettti titularía una ópera con ese argumento; de hecho es curiosa la facultad inspiradora de esta mujer para la música, ya que el propio rey le dedicó una cantiga (los monarcas medievales eran así y lo mismo componían sentidas notas para sus amadas que rebanaban pescuezos sin pensárselo demasiado). Y encima Leonor iba sobrada de fertilidad porque le dio a Alfonso nada menos que diez hijos, el tercero de los cuales se llamaba Enrique y sería un personaje crucial de la Historia de España.

Enrique, el hijo de Leonor
Ahora volvamos atrás. La legítima esposa y su hijo, decía, vivieron apartados de la corte en los Reales Alcázares sevillanos hasta 1350, año en el que la peste negra se llevó al monarca mientras sitiaba Gibraltar y, así, el joven Pedro fue proclamado rey. Tenía quince años y no se encontró con un panorama favorable, pues el reino se dividió en diversos partidos que dejarían en mantillas las intrigas de Juego de Tronos. Para anular las ambiciones de sus hermanastros, Pedro mandó apresarlos y eso llevó a la rebelión, aunque finalmente se solventó con un perdón real. Entretanto su madre, menos escrupulosa, mandó asesinar a Leonor de Guzmán.

Pero ese mismo año el soberano cayó gravemente enfermo; tanto que se empezaron a postular candidatos a sucederle, si bien al final sanó para, supongo, decepción de muchos. Pedro I recuperó sus fuerzas y empezó una vigorosa labor de gobierno que, eso sí, se apoyaba sobre todo en ciudades y burgos, por la conveniencia de estar a bien con los comerciantes, pero que le trajo como contrapartida la hostilidad abierta del mundo rural, controlado por los nobles. Todo esto no revelaba sino la realidad de la Edad Media, en la que la corona se veía a obligada a hacer valer su autoridad, unas veces consistente y otras no tanto, ante la levantisca nobleza feudal. Aquellos años se vivieron varios episodios de ese tipo, siendo el que protagonizó desde Asturias su hermanastro Enrique, el mismo del que hablaba antes, el más significativo. 

María de Padilla ante Pedro I en Sevilla (Paul Gervais)
Pese a todo, el rey lo fue sobrellevando, aunque a costa de ejecutar a todo opositor, lo que le hizo heredar el apodo de Justiciero de su padre, que los adversarios trocaban en Cruel. Pero de nuevo un lío de faldas cambiaría las cosas. En 1353 se pactó el casamiento con Blanca de Borbón, continuando así la alianza establecida entre su padre y Francia y pactándose una dote fabulosa... que no se pagó, por lo que a los dos días del enlace el rey abandonó a su esposa, a la que además acusó de haber tenido amoríos con su otro hermanastro, Fadrique. Lo cierto es que Pedro ya mantenía una relación con María de Padilla, hermana del Maestre de la Orden de Calatrava y descrita en su época como "muy fermosa, e de buen entendimiento e pequeña de cuerpo"; la había conocido durante la campaña asturiana contra Enrique y cuando se celebró la boda con Blanca ya tenía con ella una hija. 

Era la excusa que buscaban los nobles para alzarse en armas y empezó la guerra civil generalizada. A mi derecha los partidarios del rey (pequeña nobleza, burguesía, comunidad judía) y a mi izquierda los de Enrique (alta nobleza, Aragón y un pueblo llano que veía en Blanca a una mujer ofendida y humillada); huelga decir que lo de derecha e izquierda es un mera metáfora boxística, evidentemente. En fin, aunque la contienda era favorable al monarca, cometió el error de encarcelar primero y asesinar después a su esposa, lo que no sólo le supuso bastante impopularidad sino que también le granjeó la enemistad de su aliado francés, que pasó a ser enemigo (y que, a su vez, vio como Inglaterra apoyaba al rey castellano, extendiendo la Guerra de los Cien Años a la Península Ibérica). Quizá para arreglarlo de cara al pueblo se volvió a casar con una aristocrática viuda llamada Juana de Castro (a cuya hermanastra Inés ya vimos en otro artículo, La novia cadáver)... pero sin dejar a María de Padilla, por supuesto, que le dio otra hija más. 

La pelea entre Pedro y su hermanastro Enrique vista por Arturo Montero y Calvo

Finalmente, en 1369, Pedro y Enrique solventaron la cuestión en una improvisada y famosa pelea personal, tan bronca que ni siquiera pudieron desenvainar sus espadas y, rodando por el suelo enzarzados, tiraron de daga. Como es sabido, el francés Bertrand Du Guesqlin (que comandaba una tropa mercenaria, las Compañías Blancas, para frenar el avance de los ingleses del Príncipe Negro), ayudó a su señor y éste, Enrique, se quedó con la corona castellana inaugurando una nueva dinastía, la Trastámara.

Pero antes de llegar a esto pasó lo de la Cabeza del rey Don Pedro. Lo veremos en el próximo post.

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