La Torre del Conde (y II): la Rebelión de los Gomeros
En el artículo anterior repasaba cómo fue la llegada de los castellanos a la isla de La Gomera y cómo Hernán Peraza el Viejo construía la Torre del Conde en la recién fundada villa de San Sebastián, la misma donde recaló Colón antes de atravesar el Atlántico en 1492. También reseñaba que el Viejo falleció en 1452.
El relevo lo recogió su nieto, que también se llamaba Hernán y por eso, para distinguirlo del anterior, llevaba el apodo de el Joven o el Mozo. Su madre era Inés Peraza de las Casas, hija de Hernán el Viejo y a la que le gustaba hacerse llamar Reina de las Canarias porque su familia no sólo se las arregló para lograr que Enrique IV de Castilla le concediera el señorío del archipiélago sino que también convenció a los portugueses para que se marcharan de La Gomera. El reinado duró hasta 1477, en que Inés y su marido, Diego de Herrera, cedieron sus derechos a los Reyes Católicos a cambio de ser nombrados condes. Esta isla se la dejaron en herencia a su segundo hijo, el citado Hernán el Joven; al primogénito, Pedro, le correspondió El Hierro pero no debió de quedar muy contento con el legado y, tras un duro enfrentamiento con sus progenitores, le desheredaron y entregaron el territorio su hermano en 1482.
Así llegó el año 1488, que es uno de los más importantes de la historia gomera por un incidente que desembocó en tragedia. Su abuelo había firmado en Guahedun un pacto de colactación con los cantones de Mulagua e Hipalán, pero Hernán no entendió que aquello implicaba una alianza entre iguales sino que lo interpretó como un acto de vasallaje y, consiguientemente, se comportó como dueño absoluto de sus dominios, aplicando un trato despótico a los aborígenes, sometiendo a esclavitud a algunos, imponiendo la conversión al cristianismo, proscribiendo costumbres y tomando como amante a una indígena (¿sacerdotisa, noble?) llamada Yballa. Esto último fue considerado un insulto especialmente grave, ya que el pacto les convertía jurídicamente en hermanos y las leyes locales prohibían las relaciones de consanguinidad para evitar la endogamia, siempre peligrosa en una isla. Fue la gota que colmó el vaso.
Estatua de Hautacuperche (Pediant en Wikimedia Commons) |
Una masa de iracundos aborígenes se lanzó al asalto de la villa de San Sebastián mientras los castellanos, al ver caer sobre ellos aquella marea humana, se refugiaban en el torreón que Peraza el Viejo había construido frente a la playa en previsión de una situación como aquélla. Los gomeros trataron de asaltar el bastión varias veces pero no lograron entrar porque, entre otras cosas, los defensores les disparaban virotes y piedras -ya dijimos en el artículo anterior que no había artillería-, aunque los indígenas se las arreglaban para esquivar los proyectiles e incluso devolverlos, pues desde niños se entrenaban en ello según cuenta el franciscano Juan de Abréu Galindo en su Historia de la conquista de las siete islas de Canarias; dice el que está considerado como uno de los cronistas del archipiélago que "acostumbraban los naturales de esta isla, para hacer diestros y ligeros a sus hijos, ponerse los padres en una parte , y con pelotas de barro les tiraban para que se guardasen; y cuando iban creciendo les tiraban piedras (...) Y tanto que, en el aire tomaban las piedras y dardos y las flechas que les tiraban con las manos".
Beatriz de Bobadilla |
El caso es que Beatriz logró resistir los seis días de asedio de los aborígenes y enviar una petición de ayuda a Gran Canaria, donde gobernaba Pedro de Vera, que también había tenido sus más y sus menos con Rejón. Vera reunió cuatrocientos hombres y se embarcó hacia allí, aunque cuando llegó el cerco ya estaba debilitado debido a que el líder natural de los insurrectos, el carismático Hautacuperche, había sido abatido de un certero tiro de ballesta.
Los indígenas se refugiaron pues, en las abruptas alturas de Garagonoche y así se le presentaba a Pedro de Vera una difícil campaña de pacificación a causa de la compleja orografía, por lo que recurrió a un ardid. De acuerdo con una Beatriz de Bobadilla dispuesta a ahogar en sangre su venganza, prometió el perdón a los rebeldes si asistían al funeral de Hernán el Joven, pero cuando se presentaron mandó prender a los jefes y deportar a Lanzarote o ejecutar buena parte de los varones mayores de quince años, además de esclavizar a las mujeres. Una actuación tan desproporcionada que el obispo de Canarias, fray Miguel López de la Serna, le denunció a la Corona y el gobernador terminó condenado, debiendo devolver el dinero obtenido con la venta de los gomeros esclavizados, a los que tuvo que liberar.
Vista desde una de las aspilleras de la torre ¿Saldría de ella el virote que mató a Hautacuperche? |
Los indígenas se refugiaron pues, en las abruptas alturas de Garagonoche y así se le presentaba a Pedro de Vera una difícil campaña de pacificación a causa de la compleja orografía, por lo que recurrió a un ardid. De acuerdo con una Beatriz de Bobadilla dispuesta a ahogar en sangre su venganza, prometió el perdón a los rebeldes si asistían al funeral de Hernán el Joven, pero cuando se presentaron mandó prender a los jefes y deportar a Lanzarote o ejecutar buena parte de los varones mayores de quince años, además de esclavizar a las mujeres. Una actuación tan desproporcionada que el obispo de Canarias, fray Miguel López de la Serna, le denunció a la Corona y el gobernador terminó condenado, debiendo devolver el dinero obtenido con la venta de los gomeros esclavizados, a los que tuvo que liberar.
Colón pintado por Joaquín Sorolla |
Al terminar mi jornada de visita a la isla tuve que elegir entre darme un chapuzón final en la playa de San Sebastián y acercarme al torreón, decantándome por esa última opción. Su aspecto seguramente difiera del que tenía entonces, no sólo porque faltan otras probables estructuras fortificadas anexas sino también porque fue restaurada más de una vez., la última en 1997. Hoy presenta paredes encaladas de blanco con sillares rojos en las esquinas. Cuenta con una pequeña barbacana y matacanes en lo alto; apenas tiene vanos y los que hay son minúsculos, pequeñas ventanitas y alguna aspillera que incita a imaginar que desde ella disparó su ballesta Alonso de Ocampo, el soldado que mató a Hautacuperche. En 1488 salvó a sus ocupantes; ahora es un simple e inocente Monumento Histórico-Artístico.
Comentarios