El Palacio del Pueblo
Esa patata caliente que es el Valle de los Caídos, a la que nadie se
atreve a meterle mano porque, en realidad, tampoco se tiene claro qué
hacer con ella, también la tuvieron los rumanos cuando Ceaucescu fue
ejecutado en 1989, llevando consigo a la tumba el régimen
comunista pero dejando un recuerdo voluminoso y estridente en pleno Bucarest. Se trataba del Palacio del Pueblo, un
megaedificio que se había erigido con la idea de centralizar en él
todos los servicios administrativos del gobierno de Rumanía junto
con la sede del partido y que no levantaba simpatía alguna, ni desde el punto de vista histórico ni desde el estético. Pero al menos allí han encontrado una
solución.
La Casa Poporului, tal era su nombre original (Casa del Pueblo, al
cambio) no nació porque sí. En la primavera de 1977 un tremendo
terremoto de 7,2 grados en la escala Richter y epicentro en la región moldava de Vrancea sacudió buena parte de los Balcanes, afectando
especialmente a Bucarest. El desastre echó abajo más de una
treintena de edificios, en su mayor parte antiguos y en mal estado de
conservación pese a estar habitados. Mil cuatrocientas víctimas
mortales y once mil trescientos heridos completaron el devastador bagaje en la capital.
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Imagen de los daños causados por el temblor |
El desolador paisaje no fue reconstruido porque a Ceaucescu se le
ocurrió emular lo que hizo Nerón -el histórico, no el legendario- cuando aquel incendio que arrasó Roma: aprovechar la ocasión para remodelar la caótica geografía urbana
bucarestina de la zona afectada, recuperando una idea que tuvo el rey
Carlos II en 1935 para un nuevo parlamento. Así que el Conducator
retiró los escombros, desalojó multitud de viviendas dañadas para
demolerlas junto a otras indemnes (incluyendo de paso iglesias, palacetes,
sinagogas y monasterios), y convocó un concurso de arquitectura que
cuatro años después ganó la jovencísima Anca Petrescu, de forma tan sorprendente como polémica (debido a las suspicacias que levantó el hecho de que se apellidase igual que la mujer de Ceaucescu, aunque en realidad no tenían ninguna relación familiar).
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Otra foto de la catástrofe |
Entre el seísmo y el decreto gubernamental, decenas de miles de
personas -barrios enteros- tuvieron que dejar sus hogares en
beneficio de la nueva imagen de la ciudad. La parte estrella del
proyecto era un faraónico edificio que se situaría en lo alto de la
colina Spirii y ocuparía, apunten, cerca de trescientos cuarenta mil metros
cuadrados, dominando el entorno. Desmesurado incluso para un lugar donde el gigantismo se hace habitual, como prueba ese enorme pero fascinante museo al aire libre que es la llamada Aldea del Pueblo (una recopilación de casas rurales llevadas de todos los rincones del país, tan grande que durante la Segunda Guerra Mundial acogió a millares de rumanos que se habían quedado sin hogar, como un pueblo en pleno centro de la capital).
Las obras del palacio se iniciaron en 1985 y se
desarrollaron de forma ininterrumpida, a turnos, empleando también un capital humano de múltiples cifras: unos
veinte mil trabajadores, dirigidos por un equipo de setecientos
arquitectos. De esa manera, cuando cuatro años después se produjo
la revolución contra Ceaucescu, el edificio estaba prácticamente terminado.
El palacio, sobre la colina Spirii, visto desde el vecino parque Izvor |
Entonces los rumanos se encontraron con esa patata caliente que decía
al principio: ¿qué hacer con aquel complejo que era detestado como legado póstumo del mandatario defenestrado? Hay que tener en cuenta que la gente pasó importantes
privaciones mientras veía cómo se invertía el dinero en aquella faraónica obra de dudosa necesidad y se le enviaban materiales nobles
-arañas de oro, tapices, mármoles...-para equiparla. Sin contar el detalle de que a muchos les habían obligado a trasladarse de su casa. Así que no tardaron en brotar propuestas como setas: demolerlo, sepultarlo, darle otro uso... Esta última opción, más
práctica, fue la que se impuso. Sin embargo, la idea inicial de
destinarlo a casino no prosperó.
En su lugar se decidió que albergara la sede del
nuevo Parlamento Rumano, trasladando las dos cámaras de éste (Asamblea de
Diputados y Senado) desde su ubicación de entonces, en el Palacio del Patriarcado, el cual volvió así a manos de la Iglesia
Ortodoxa, su propietaria original. Progresivamente, también se fueron instalando allí otras instituciones, como el
Tribunal Constitucional, el Centro Internacional de Conferencias, el
Museo de Arte Contemporáneo, el Museo de Trajes Folklóricos y el
Museo y Parque del
Totalitarismo y Realismo Socialista.
El cuerpo central del edificio, más de cerca |
El caso es ir sumando porque, con
las colosales dimensiones del sitio (doscientos setenta metros de
largo por doscientos cuarenta de ancho y ochenta y seis de altura,
doce plantas, ocho sótanos que se adentran noventa y dos metros bajo
tierra, centenares de dependencias, cuarenta salas de múltiples
usos), sigue habiendo espacio disponible (lo que lleva a preguntarse cómo esperaba rellenarlo Ceaucescu) y, de hecho, esporádicamente
siguen surgiendo ideas; la última, muy reciente, transformarlo en
centro comercial.
Cualquier cosa parece valer, algo que demuestra que
los bucarestinos no le tienen mucho aprecio; valga, como ejemplo, que
no lo quisieron incluir en las candidaturas a las Siete Maravillas de
Rumanía. Y eso que, se repite de sitio en sitio de Internet como un eco, el Palacio del Pueblo es el segundo edificio más grande del mundo por detrás del Pentágono, pero el primero entre los de uso administrativo.
El caso es que el propio palacio se
puede visitar -previa reserva- como tal; tiene rincones
impresionantes, como un refugio anti-nuclear, un fastuoso comedor o la
Galería de Honor, que mide ciento cincuenta metros de longitud por
dieciocho de ancho y está decorada con enormes candelabros de dos
metros. Además hay varios restaurantes, un par de bibliotecas, un
auditorio de conciertos, un aparcamiento subterráneo... Todo contrasta
con su aspecto exterior, que en realidad no es feo pero sí excesivo; sobrio, aunque no tan gris como la típica
arquitectura soviética.
El Parlamento desde la Plaza de la Constitución. |
Lo habitual es fotografiarlo, a menudo tirando de panorámica para sacarlo entero por su magnitud, desde la Plaza de la Constitución, que en la práctica es un gran aparcamiento para los autobuses de turistas. Ese espacio semicircular se abre al no menos grandioso Bulevar Unirii, antaño llamado pomposamente con el nombre de Victoria del Socialismo, pero al que el casticismo local más guasón añadía la coletilla "...contra los rumanos".
Fotos: JAF y Marta B.L.
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