Alameda Central, el quemadero mexicano de la Inquisición


Si alguien cree que por tratarse México D.F. de una de las ciudades más grandes del mundo (8 millones de habitantes reunidos en 1.495 kilómetros cuadrados, a los que habría que sumar otros 21 millones del área metropolitana, la tercera más poblada que existe), únicamente es una ingente extensión de hormigón y cristal con una masa de vehículos contaminando el aire con sus humos, se equivoca de medio a medio. La capital de México también puede presumir de zonas verdes y de tamaño acorde a sus dimensiones. dieciséis delegaciones en que se divide administrativamente, algunos de ellos gozando de protección nacional por su valor ecológico.

Sin embargo, sólo uno se encuentra en el centro histórico: la Alameda Central, que debe su nombre al tipo de árbol de que estaba compuesta originalmente (luego se sustituyeron los álamos por sauces y fresnos) y que lleva cuatro siglos en ese lugar, encajada entre las avenidas Hidalgo y Juárez, el Palacio de Bellas Artes y la calle Ángela Peralta, como testigo mudo de los múltiples avatares por los que pasó la urbe a lo largo de su existencia.Que no fueron pocos.

Retrato del virrey Luis de Velasco
El parque no existía antes de la llegada de los españoles, ya que fueron éstos los que desecaron la mayor parte del lago, sobre el que se asentaba la Tenochtitlán azteca, a medida que iban necesitando suelo para el crecimiento urbanístico. Así, fue el virrey Luis de Velasco el que en 1592 creó aquel espacio cuadrangular al sur de la calzada de Tacuba (la misma en la que se libraron aquellos dramáticos combates entre las tropas de Cortés y el ejército mexica durante la Noche Triste), conservando una acequia como perímetro natural y dotando al lugar de una arboleda, una fuente de piedra, caminos de paso y floridos jardines. 

A pesar de que las crecidas del agua solían inundar el parque, éste se mantuvo, convirtiéndose en el rincón favorito de las clases acomodadas, que acudían a garbear a pie o en sus carruajes, a menudo acompañados de un séquito de esclavos y criados, para lucirse y hacer ostentación de su poder y jerarquía, de manera similar a los que pasaba en el Madrid de la época con el Paseo del Prado. La Alameda Central se convirtió, pues, en uno de los escenarios de la vida social de la capital del Virreinato de Nueva España. De hecho, allí se celebraban bailes y fiestas de carácter público. Y aunque pasó por momentos malos, como un estado de abandono tras la independencia, luego recuperó su esplendor. Pero también fue el escenario de algo menos amable.

Y es que a mediados del siglo XVI llegó a la ciudad el fraile franciscano Juan de Zumárraga con los cargos de obispo, protector de los indios e inquisidor. Zumárraga entró como un elefante en una cacharrería, saltándose la prudencia de los religiosos predecesores, mandando quemar los códices mexicas (igual que haría luego otro fraile, Diego de Landa, con los textos mayas) y abriendo casi dos centenares de causas por idolatría, a pesar de que no se había establecido aún la Inquisición en América y que los indígenas estaban excluidos de sus competencias (eran paganos, no herejes). La peor fue la cursada contra el tlatoani de Texcoco, nieto del célebre mandatario Nezahualcoyotl, acusándole de seguir practicando la antigua religión y hacer sacrificios humanos, pese a haberse convertido oficialmente al cristianismo. Carlos Chichimecatecuhtli Ometochtzin, que así se llamaba el interfecto, pagó su delito de herejía en la hoguera.

Juan de Zumárraga
 
La controversia sobre el asunto suscitada en España desembocó en la exención de responsabilidad penal a los indios en materia de creencias y la consiguiente instauración de la Inquisición en México para, paradójicamente, velar por ello. Fue en el año 1571, siendo Pedro Moya de Contreras el primer inquisidor y el actual Museo de Medicina de la Universidad su sede. La actuación del tribunal fue muy discreta comparada con la que llevó a cabo en la metrópoli y, en efecto, tendió a centrarse en impedir la entrada de judaizantes (muchos de los cuales habían huido de Portugal con destino al Nuevo Mundo) y protestantes, dejando en paz a los indios, para cuya evangelización se optó más bien por el sincretismo entre su religión y la cristiana. Es difícil establecer con seguridad el número de procesos y ejecuciones, dado que se han perdido parte de los archivos, pero las cifras que se calculan para las sentencias de muerte son muy modestas, en torno al medio centenar.

La Escuela de Medicina, sede primigenia de la Inquisición en México DF. En la parte alta de la fachada aún se ve su escudo de piedra labrada
 
El caso, y eso es lo que nos ocupa aquí, es que las hogueras se plantaban en el atrio del Convento de San Diego, cenobio franciscano del que únicamente quedan la iglesia y parte del claustro. Hoy es la sede del Laboratorio Arte Alameda, institución cultural que antes fue la Pinacoteca Virreinal y que debe su nombre al hecho de estar ubicada en un extremo de la Alameda Central, actual plazoleta de San Diego. Una placa indica el lugar del quemadero hasta 1771. Y como no podía ser menos, siempre con la Ley de Murphy acompañándome como una sombra terca y pesada, mi visita coincidió con una reforma llevada a cabo en el parque que lo mantuvo cerrado al público durante un par de años, hasta su reapertura a finales de 2012. 

Comentarios

Antonio Quinzan ha dicho que…
Hola Jorge, la verdad el titular del artículo me parece demasiado...sensacionalista. Como dices después en el post la cifra de juzgados por la Inquisición en América, que no quemados ya que la mayoría de las veces a los condenados se les quemaba en ausencia, fue casi inexistente en 3 siglos. Es como poner de titular: "El Templo Mayor, la carnicería humana de los aztecas" pues allí se sacrificaron decenas de miles de personas. Por cierto, un tema sobre el que todo el mundo mira para otro lado cuando se menciona y sobre el que nadie escribe post. Un saludo.
Jazmín Pajuelo Sologuren ha dicho que…
Es un artículo sumamente interesante,como siempre Jorge,tu explicación es clara y concisa goce con la lectura.
Jorge Álvarez ha dicho que…
Gracias por el elogio, Jazmín. Antonio, como te expliqué en Facebook, la razón de ese título está en que intenté ver el parque básicamente por haber sido el quemadero. Interés histórico. Hay otra causa más y es que cuando escribí el artículo original me centraba exclusivamente en la parte inquisitorial. Al terminarlo y leerlo me pareció mejor hacer una ampliación a otros aspectos del parque.
RadhaVanIsa ha dicho que…
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
RadhaVanIsa ha dicho que…
Juan de Zumarraga era FRANCISCANO, no dominico, tal como se puede apreciar en su vestimenta en la pintura en la que es representado, o en cualquier recuento histórico, NO TUVO Predecesores porque fue el primer obispo en su cargo. (Demasiada falta de precision historica, me hace dudar sobre el resto del contenido)...
Jorge Álvarez ha dicho que…
Era franciscano, en efecto; fue un error. Respecto a lo demás, me parece que está bastante claro que no hablo de obispos predecesores (porque era el primero, cierto) sino de religiosos en general.
Alejandro Aquino ha dicho que…
Sólo para confirmar, en el actual LAA fue quemado el sobrino de Nezahualcóyotl?
Ángel ha dicho que…
A mí se me ocurrió decir si era cultura la costumbre de arrancar corazones y echar el cuerpo rodando y me lo censuraron... Así que alguna inquisición actual de signo contrario parece vigilar algunos foros... Una pena en estos tiempos. Ángel

Entradas populares de este blog

Tlahuelpuchi, la mujer vampiro de las leyendas tlaxcaltecas

La extraña playa de Cofete (I): viento y arena

Una visita al volcán de La Palma