Los mosaicos de Mádaba




El mosaico, prácticamente postergado hoy en la decoración por el coste de tiempo y dinero que supone el trabajo de colocar a mano, una a una, miles de teselas, fue en otros tiempos un arte tan exquisito y apreciado que su propio nombre alude a las musas que debían inspirar a sus autores. Es un trabajo lento y minucioso que requiere de bastante preparación previa -abocetamiento del diseño y policromía, acumulación de teselas de colores, fabricación del aglomerante-, además de asumir que trocear y manejar las teselas implica cortes frecuentes en los dedos; hablo por experiencia.
Madaba Institute for Mosaic Art and Restoration

Aunque los mosaicos se hacen desde muy antiguo -ya hay ejemplos en Mesopotamia si bien usando piezas de barro coloreadas en vez de piedras-, fue durante la época romana cuando alcanzaron su máximo esplendor, prolongándose más allá del período bizantino. Por eso es raro que los arqueólogos encuentren una villa o casa romana que carezca de ese elemento, salvo que haya quedado destruido. Ahora bien, si uno quiere disfrutar non-stop de este elemento decorativo hay que recomendarle que viaje a Mádaba, Jordania, comúnmente conocida como la Ciudad de los Mosaicos, hasta el punto de que hay una escuela-taller (la única de Oriente Próximo) dedicada a ese arte: el Madaba Institute for Mosaic Art and Restoration.
Madaba Institute for Mosaic Art and Restoration
Madaba Institute for Mosaic Art and Restoration
Madaba Institute for Mosaic Art and Restoration
Madaba Institute for Mosaic Art and Restoration
Madaba Institute for Mosaic Art and Restoration

El suelo de mosaico de la iglesia de los Apóstoles
Mádaba es una localidad pequeña, de unos sesenta mil habitantes, situada a treinta y cinco kilómetros al sudoeste de la capital, Ammán, con la que la enlaza una pentamilenaria carretera conocida como Camino de los Reyes. Existente ya en la época de los enfrentamientos entre moabitas e israelitas, como cita una estela del año 850 a.C, lógicamente hoy la mayoría de su población es musulmana, pero hay un importante porcentaje cristiano que supera un tercio del total. Ello permite no sólo que se conserve un buen número de iglesias sino que celebren oficios religiosos cada domingo. 

Algunas son realmente antiguas, de los siglos V y VI, como la de la Virgen, que es bizantina y se asienta sobre un templo romano, la de los Mártires, que sufrió una destrucción parcial a manos de los iconoclastas en el VIII, o la de los Apóstoles. Las tres tienen importantes mosaicos: el de la primera fue descubierto por los arqueólogos en 1887, convirtiéndose en un prólogo de lo que vendría después; es un medallón con la imagen de la Virgen realizado en 663 d.C. El de la segunda, restos más bien, tiene una parte con escenas de caza y animales, más otra a base de treinta y dos medallones de temática pastoril. Por último, la iglesia de los Apóstoles también conserva un medallones del año 578 d.C. con motivos mitológicos.

La representación de mosaicos de Mádaba se completa con los del Palacio Calcinado (complejo residencial decorado con mosaicos geométricos que fue pasto de las llamas en el siglo VII), la Sala de Hipólito (una vivienda particular construida sobre un templo y decorada con escenas del panteón romano) y el museo local (que ha reunido una importante colección con piezas de la ciudad y el entorno). Ahora bien, todo esto palidece al lado del mosaico de la iglesia ortodoxa de San Jorge, templo a priori no muy atractivo, ya que es relativamente reciente, de 1896, pero que se asienta sobre uno anterior bizantino del siglo VI, de tiempos de Justiniano. Allí se ubica la visita estrella para los turistas: el llamado Mapa de Mádaba, la representación cartográfica más antigua que se conserva de Tierra Santa. Al fin y al cabo, la propia ciudad es la Medeba bíblica.

El Mapa de Mádaba


Se calcula la elaboración del mosaico hacia el año 560 d.C. porque no muestra edificios que se sepan posteriores. Y aunque lamentablemente le faltan partes, por culpa tanto de la naturaleza (varios incendios y un terremoto) como por la mano del hombre (los omeyas eliminaron algunas figuras), su tamaño sigue siendo espectacular: casi dieciséis metros de largo (se perdieron cuatro) por cinco y medio de ancho (se perdió uno), con unas setecientas cincuenta mil teselas de los dos millones originarios, que abarcaban noventa y cuatro metros cuadrados. El mapa recubre el suelo del ábside y está orientado al este, no al norte, porque toma como referencia el altar.


El mapa de Mádaba con las correspondientes indicaciones en varios idiomas
 
¿Qué se ve concretamente en este espectacular mosaico? Pues un área que va desde las urbes fenicias de Tiro y Sidón hasta el Delta del Nilo egipcio, desde el Mediterráneo hasta el desierto interior; esa turbulenta franja sirio-palestina regada por el río Jordán y el Mar Muerto (que no muestra la actual lengua de tierra, por lo que se deduce que entonces tenía un nivel mayor en sus aguas) y arrugada por montañas y wadis,  en la que se sucede más de un centenar y medio de localidades (Ascalón -cuya situación geográfica fue determinada precisamente gracias al mosaico-, Gaza, Kerak, Belén...) representadas con una curiosa combinación de realismo y esquematismo, con su nombre en griego pero con diferentes tipos y tamaño de letra, según su importancia. Asimismo, se muestran sitios de interés para un peregrino, caso del pozo de Jacob en Siquem, e incluso algunos acontecimientos, como el reparto de tierras entre las tribus hebreas o el bautizo de San Juan. Todo ello ilustrado gráficamente con el fin de resaltar conceptos (palmeras alrededor de Jericó, por ejemplo) o enriquecer el contexto (leones cazando), lo que se completa con explicaciones adicionales.

Jerusalén
 
Lo más interesante probablemente sea la representación de Jerusalén, que ocupa la parte central, porque permite hacerse una idea esquemática de ćomo era: el Cardo Maximus columnado que la vertebraba longitudinalmente; las seis puertas clásicas (de los Leones, del Oro, Damasco, San Esteban, Jaffa y Sión); las veintiún torres (con la de David resaltada); la iglesia del Santo Sepulcro, las murallas, el monte del Templo, etc. Se trata de un auténtico plano que ha ayudado a los arqueólogos a localizar con exactitud determinados rincones y, de paso, fomenta el turismo en la ciudad. No extraña; es para echarse horas contemplándolo.

Jerusalén con las correspondientes indicaciones

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