La pirámide de Kefrén (y II)
El otro día hablaba del faraón Kefrén, que gobernó en Egipto entre los años 2558 y 2533 a.C. aproximadamente. Su momia se perdió. Nadie sabe qué fue de ella, como ocurre con tantas otras que fueron sacadas de sus tumbas para evitar profanaciones y reunidas en un hipogeo común del Valle de los Reyes.
Pero sí conservamos su sepulcro original, la pirámide que se alza al lado de la de su padre Kéops y su hijo Micerino. Es fácilmente reconocible porque aún conserva en la parte alta el revestimiento de piedra caliza y porque su ubicación en un terreno elevado, combinada con el mayor ángulo de sus lados (el llamado ángulo sagrado egipcio), le otorgan la sensación de ser la más grande del trío; un mero efecto visual ya que ese honor corresponde a la Gran Pirámide (aunque parece ser que la erosión ha convertido eso en realidad).
Las pirámides de Gizeh son una evolución de la escalonada de Sakkara, erigida por Zóser, a su vez concebida como una serie de mastabas (tumbas de forma cuadrangular) superpuestas y de tamaño sucesivamente decreciente. Formaban así una especie de escalera simbólica que permitiría al fallecido monarca ascender hacia el cielo, hacia el sol.
La consabida foto |
El caso es que, tras redactar un plan de construcción con todos los cálculos necesarios, los sacerdotes indicaban los puntos cardinales para orientarla y se nivelaba el terreno. Entonces empezaban los trabajos, colocando los pesados bloques de arenisca trasladados en barco desde las canteras y movidos por el suelo sobre narrias (una especie de trineos) movidos por tracción humana. Ayudaba el echar barro líquido, ya que algunos pesaban quince toneladas (algo que hacía innecesaria la argamasa).
A través de rampas de arena y adobe que se hacían en cada cara y en cada nivel para poder trabajar en todos a la vez, los iban subiendo hasta su lugar correspondiente. Luego se rellenaban los huecos con bloques más pequeños y se terminaba cubriéndolo todo con una capa de piedra caliza blanca. Al final se contaban casi dos millones de bloques en un conjunto que medía 143,49 metros de altura por 215,25 de base.
Paralelamente también se iba configurando el interior de la pirámide. En el caso de la de Kefrén, hay dos galerías: una en el primer nivel, a doce metros de altura, y otra en la base. La primera fue abierta por Giovanni Belzoni en 1818, lo que le permitió llegar hasta la cámara mortuoria, ya saqueada mucho tiempo atrás y donde quedaba sólo el sarcófago de granito negro, vacío.
La otra no se encontró hasta hace poco pero es la que ha habilitado para que entren los turistas; se trata de un largo pasadizo de un centenar de metros y techo muy bajo que penetra hacia el subsuelo y que provoca problemas a más de uno, no sólo porque hay que recorrerlo semiagachado sino porque el aire se va enrareciendo a medida que se desciende. Claustrofóbicos, gente con problemas cardíacos y gigantes sufrirán un poco, pero deberían apretar los dientes y probar la experiencia.
El precio no es excesivo pero hay que madrugar y ponerse a la cola porque sólo pueden entrar trescientas personas al día, la mitad a las 8:00 y el resto a las 13:00. Y, ojo, porque cada año se mantiene cerrada una de las tres pirámides para que "descanse" de los turistas y la humedad que producen sus visitas al interior.
Fotos: JAF y Marta BL
El precio no es excesivo pero hay que madrugar y ponerse a la cola porque sólo pueden entrar trescientas personas al día, la mitad a las 8:00 y el resto a las 13:00. Y, ojo, porque cada año se mantiene cerrada una de las tres pirámides para que "descanse" de los turistas y la humedad que producen sus visitas al interior.
Fotos: JAF y Marta BL
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