Arusha, cuanto más fea...
El otro día, navegando por la Red, me topé con un curioso post en la página de Lonely Planet. Era un ránking de las diez ciudades más odiadas del mundo por los viajeros. Me hizo gracia porque los argumentos en que se basa la lista probablemente sean verdad pero lo cierto es que muchos de ellos son aplicables a casi todas las urbes del globo: contaminación, caos, ruido, tráfico, delincuencia, fealdad arquitectónica, suciedad, turismo masivo...
En fin, echándole un vistazo a las elegidas resulta que la mayoría resultan desconocidas para el gran público. Se lleva la palma podrida Detroit (EEUU), seguida, por orden de peor a mejor -es un decir-, de Acra (Ghana), Seúl (Corea del Sur), Los Ángeles (EEUU), Wolverhampton (Inglaterra), San Salvador (El Salvador), Chennai (India), Arusha (Tanzania) y Chetumal (México). Y resulta que he estado en una, Arusha. Y resulta también que tienen razón; el lugar es feo de narices. Nada que ver con la imagen que de él nos muestra la película ¡Hatari!, si bien es cierto que ya pasó un buen montón de años desde que John Wayne y Elsa Martinelli persiguieran al bebé elefante por sus calles a ritmo de Henry Mancini.
Arusha, punto tradicional de salida de la mayor parte de los safaris tanzanos, carece del más mínimo interés arquitectónico, artístico o urbanístico. Pasear por sus calles es verse inmerso en una alocada vorágine de aceras -cuando las hay- pegajosas de basura, mendigos cada pocos metros, multitudes ociosas, barullo, un cine ajado, un hospital que aquí no pasaría de centro de salud y una estación de autobuses en la que los vehículos no tienen horario oficial de salidas ni llegadas (puede oscilar horas) y, encima, no paran nunca en la misma dársena -véase foto superior-. Y además, docenas de mujeres con enormes fardos en la cabeza, colegiales uniformados, tiendas de telefonía móvil por todas partes, macarras que te piden dinero por permitirte fotografiar una mezquita y, de vez en cuando, pasa algún maasai con su típico manto de cuadros y su lanza, montado en bicicleta y mirando soberbiamente por encima del hombro a esos despreciables arushas, nombre con que se conoce a quienes no tienen una tribu mejor de la que proceder.
Entrar en su mercado (imagen de arriba) es otra experiencia memorable. Los carniceros tienen las reses colgadas de ganchos al aire libre, con cientos de moscas aderezando la carne; una montaña de jaulas de madera abarrotadas de gallinas sirve de mediana hacia la zona de la fruta, a la que se llega entre sacos y sacos de coloridos cereales; en el perímetro exterior, un puesto vende docenas de sillines de bicicleta, llevando a uno a preguntarse qué hacen allí sobre la bici para desgastar tanto el sillín.
África en estado puro, vamos. Por eso, llevándole la contraria a Lonely Planet, merece la pena visitarla.
Fotos:
Estación de autobuses de Arusha, por Marta B.L.
Mercado de Arusha, por JAF.
Comentarios
A no ser, como decía Obi Wan Kenobi, que la cosa dependa del punto de vista y el encanto pueda llegar a ser, como dices, la propia fealdad y/o putridez del lugar.
En ese caso sólo será encanto si no te ves en la obligación de habitarlo perennemente o si te espera un bello lugar a posteriori para lavar el viaje.
Tal vez sea aplicable a las ciudades.
Pero, en fin, son opiniones. Hace poco leí que había gente indignada porque se consideraba a la ciudad belga de Charleroi la más fea de Europa (al parecer la industria la ha teñido de gris).