Vacaciones en Albufeira con Nero Wolfe, Lew Archer y Pepe Carvalho

 

 

Hace ya tiempo que cada verano acudo fielmente a una cita con unos amigos. Puede ser en Baleares, Canarias o cualquier otro destino que haya elegido para las vacaciones, siempre que no me obligue a estar viajando de un lugar a otro día tras día y me deje tiempo sosegado para dedicarles. Este 2024 quedé con ellos en Albufeira, en el Algarve. No era la primera vez que iba a Portugal ni mucho menos, pues lo había visitado en otras cuatro ocasiones, pero nunca había estado en el sur porque antes no tenía un hijo de ocho años que considera incomprensible que los adultos estemos interesados en ver aburridos museos e iglesias. Albufeira tiene un pequeño museo arqueológico y un templo dieciochesco, pero nadie elige esa ciudad para sus vacaciones por eso.

Retomando el hilo inicial, habrá quien piense que al menos dos de mis amigos, Nero Wolfe y Lew Archer, difícilmente se plantearían cruzar el Atlántico para desplazarse a Europa -máxime teniendo en cuenta que habían estado ocupados recientemente, el primero resolviendo un crimen con un toro de concurso de por medio y el segundo haciendo otro tanto en medio de un atroz incendio forestal que arrasaba California-, pero lo cierto es que cumplieron y volvimos a encontrarnos; incluso se presentó el tercero en discordia, que se llama Pepe Carvalho y vive en Barcelona pero que por esas fechas también regresaba apresuradamente de EEUU tras haber asesinado a Kennedy.

Nero y Archie, un tanto abrigados para el verano de Albufeira

Como tengo que repartir el tiempo entre ese trío y la familia, hemos acordado algunos momentos de la jornada para reunirnos y dejar que me cuenten cómo les van las cosas. Normalmente suele ser después de comer, antes de que el sopor de la digestión me deje KO obligándome a una siesta reparadora, o de noche, poco antes de acostarme, para relajar cuerpo y mente. Sin embargo, en Albufeira elegimos la mañana, tras el desayuno, lo que me servía para esperar a que el sol calentara un poco las frías aguas oceánicas locales; a veces también les atendía un rato en la piscina del hotel, cómodamente recostado en una tumbona y protegido del inclemente sol meridional por una típica sombrilla de paja.

Son amigos que no te fallan nunca. El orondo Nero, que llegó acompañado de su inseparable ayudante Archie Goodwin, faltaría más, me perdonó que le hiciera abandonar temporalmente su casa neoyorquina, algo especialmente digno de agradecer teniendo en cuenta que no sale de ella salvo causa mayor -o cita conmigo- y encima venía, como dije antes, de visitar un pueblo donde alguien trataba de atribuir a un toro el asesinato de un hombre. Le compensé invitándole a un típico pollo piri-piri que él, acreditado buen gourmet, devoró satisfecho sin echar de menos los platos de su cocinero personal, Fritz Brenner, mientras se bebía una docena de cervezas (Archie, como siempre, prefirió leche).

A Lew se empeñan en llamarle Harper en el cine

Por su parte, Lew también había tenido sus cuitas con el hijo de una vecina que fue secuestrado mientras el reseñado fuego devoraba casas y servía de decorado a pasiones prohibidas ocultas. Desde que le dejó Sue está bastante decaído y dista un tanto de la imagen jovial que le dio Paul Newman en el cine. Su proverbial empatía se ha ido trocando en cierta amargura y cansancio vital, así que estas citas estivales a mi costa le sirven para salir un poco del escepticismo, escapando durante unos días de su soledad otoñal. No es tan exquisito al comer como sus compañeros sino más typical americano, pero esos días conseguí que dejara los sandwiches y los huevos con tocino, entusiásmandolo a base de sardinas a la brasa y bacalhau.

En cuanto a Pepe, llegó un poco antes que ellos, tomando un avión desde El Prat al aeropuerto de Faro. Fue justo cuando yo me disponía a emprender mi viaje, quizá porque no perdió tiempo en poner kilómetros de por medio después de su último y demencial trabajo: infiltrarse en el entorno del presidente Kennedy como chófer para, siguiendo indicaciones de un traidor FBI, matarlo y conseguir el crimen perfecto, aquel en el que un inocente -en este caso el pánfilo Lee Harvey Oswald- paga por otros y encima acaba bajo tierra. No quiso aclararme sus devaneos con Jackie y procuró desviar la atención hacia la comida, como si al ser también un acreditado gastrónomo no quisiera quedarse detrás de Nero en esa cuestión; eso sí, mediterráneo él, se decantó por una cataplana de pescado y marisco cuya receta apuntó para pasársela a Biscúter cuando volviera a casa. 

Pepe esperando impaciente la comida

Comprensivos como son estos amigos de temporada, hubo días en que me dispensaron de nuestros encuentros entendiendo que también tengo un absorbente vástago que exige mi inexcusable presencia y participación en buceos piscineros, partidillos sobre la arena rezumante de conchas de la Praia dos Pescadores, bajadas vertiginosas por los toboganes de los numerosos parques acuáticos locale, días de sol y mar en la espectacular isla de Tavira o excursiones marítimas -previamente aderezadas con medio kilo de biodraminas- para ver bellezas naturales como delfines nadando en libertad y las formas caprichosas de las grutas de Benagil.

Por qué no decirlo, también se ausentaron discretamente en momentos puntuales para que viera a España ganarle la final de la Eurocopa de fútbol a Inglaterra -fue antológica la consternación de los turistas ingleses que me rodeaban en el salón del hotel donde la televisaban, al igual que la felicitación de un angloparlante asiático a al término del encuentro-, así como la retransmisión de la grotesca -e inacabable- ceremonia de inauguración de los Juegos Olímpicos de París que nos dejó a todos mareados entre polémicas cenas dionisíacas, incansables caballos de hierro, drag queens con el baile de San Vito y, como leí por ahí en alguna red social, Zidane disfrazado de entrenador de Real Madrid.

Me despedí de mis allegados a finales de julio. Ellos embarcaron en los vuelos que los devolverían a sus hogares mientras yo conducía hacia el mío, descubriendo que las cadenas de radio portuguesas han sido infectadas por el maligno virus reggaetonero y que es tan posible como extraño hacer una versión dance de The sound of silence o pasar peajes sin pagar por error para volver atrás, pagarlos y que luego resulte que el ticket diga que ya estaban abonados. No necesité tirar de teléfono para saber que Nero corrió a abrazar la legión de orquídeas que cultiva en su invernadero, que Lew retomó su existencia fútil esperando un nuevo caso y que Pepe quemó un par de libros de su biblioteca. Espero que algún día mi hijo, que ya me ha dicho que quiere volver a Albufeira, se haga amigo de ellos también.

Foto cabecera: Albufeira desde el mar (JAF)

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