La tumba de Tutankhamón


No te importen los siglos, Tutankhamen. Así rezaba un eslogan publicitario de una marca de ginebra que, desde pequeño, se me quedó grabado por la sugestiva y evocadora imagen de un arqueólogo pre-Indiana Jones: vistiendo sahariana y sombrero, degustaba un gin tonic sentado sobre unas ruinas egipcias a la crepuscular luz de un atardecer. Entonces no imaginaba que un día tendría ocasión de repetir le esas palabras al faraón in situ.

El gobierno egipcio acaba de abrir al público una réplica exacta, al milímetro, de la tumba de Tutankhamón. Es de fabricación española y ha sido ubicada, cómo no, junto a la casa del descubridor de la original, Howard Carter. Su objetivo declarado es tratar de reducir el número de visitantes que tiene la verdaderal, que la han dejado algo maltrecha por los bruscos cambios de temperatura y humedad que produce el paso de tres mil personas diarias.

Ésa es la explicación oficial que, la verdad, me sorprende un poco porque cuando yo visité Egipto hace unos años me pareció justo lo contrario. Para mi sorpresa, pude ver el sepulcro de Tutankhamón casi en solitario; al parecer, y pese a las masas de turistas que pululaban bajo el sol del desierto cámara en ristre, retratándose a la puerta de todos y cada uno de los hipogeos del lugar, nadie tenía curiosidad por el más famoso. De hecho, los propios guías decían que carecía de interés porque era una tumba muy pobre comparada con otras del Valle de los Reyes. Quizá también influiría que había que pagar una entrada aparte, aunque no era mucho (70 libras egipcias, unos 7 euros de entonces), y que no dejaban sacar fotos dentro.


Verdaderamente, se trata de un hipogeo muy pequeño, acorde con la figura de un faraón demasiado joven, efímero y olvidado, hasta el punto de que Carter no le buscaba a él inicialmente. Es más, hoy todavía no está claro si era hijo de Akhenatón, de Ay o de Semenkhare; tampoco quién fue su madre ni cómo murió exactamente, si de malaria o atropellado por un carro. Parece irónico que el Valle de los Reyes se llamase en la Antigüedad Ta Iset Maat, el Lugar de Maat (la diosa de la verdad).

Carter y su patrocinador, Lord Carnavon, tenían noticias de Tutankhamón por unos fragmentos de sello encontrados en 1907 y aspiraban a descubrir dónde estaba enterrado. Emplearon siete años y decenas de miles de libras en ello, pero no lo consiguieron hasta 1922, cuando estaban a punto de arrojar la toalla, y pasaron a la posteridad ayudados por la célebre frase, la de las "cosas maravillosas" que vieron a la luz de una vela a través del primer agujero abierto. 

También ayudó a su popularidad el cuento de la famosa maldición, que no fue sino la habilidad de los tabloides anglosajones para vender periódicos; baste decir que el principal profanador, Carter, no sólo no resultó afectado por aquel destino siniestro sino que precisamente a partir de ahí vivió una existencia de fama y prestigio. Lo mismo pasó con el forense que hizo la autopsia a la momia. Vamos, que cualquiera deseará que le maldigan así.


La muerte repentina del faraón, con apenas diecinueve años de edad, hizo que se le momificase de forma defectuosa y fuera enterrado en una tumba improvisada que originalmente estaba destinada a su tesorero Ay, a la postre su sucesor. Por eso, aunque los tesoros que guardaba nos parezcan fabulosos, no serían más que calderilla comparados con lo que seguramente habrían reunido otros reyes mucho más poderosos: Ramsés II o Amenofis III, por ejemplo.

El hipogeo de Tutankhamón tenía cuatro estancias, precedidas de una escalera y un pasillo (1, en el dibujo): antecámara (2), anexo (3), cámara funeraria (4) y cámara del tesoro (5). Los objetos del ajuar se repartían por ellos sin orden, fruto de un frustrado intento previo de saqueo, y hoy se exhiben en el Museo Egipcio de El Cairo entre, ahí sí, auténticas riadas de turistas. Por lo demás, la tumba es modesta, efectivamente, con unos frescos en las paredes no especialmente vistosos y unas dimensiones tan reducidas que se ve en muy pocos minutos.

La copia recién inaugurada se logró digitalizando al milímetro la original, con lo que es fiel hasta el último detalle. Ahora bien, le faltará algo ¿no? El aire, las sensaciones, la emoción de pisar donde antes lo hicieran Carter y, remontándose más atrás, los sacerdotes de Amón que enterraron a su rey...

Y la ginebra.

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