El polémico Puente Zubizuri


Hasta la última década del siglo XX, Bilbao fue una ciudad industrial y, por tanto, fea con ganas: sucia, gris, herrumbrosa y con una vida cotidiana conflictiva, no sólo por la situación política sino también por la dura reconversión que sufrió la industria local.

Luego, a raiz del cierre de los astilleros, todo cambió; se acabaron las batallas campales y se sometió a la ría a un proceso de rehabilitación, de manera que aquel territorio comanche de aspecto casi apocalíptico pasó a ser uno de los principales atractivos del lugar, un paisaje moderno y apacible que haciendo un pequeño esfuerzo empático incluso se podría considerar bonito.

Vista desde la ribera derecha
Fruto de ello fue una serie de actuaciones urbanísticas, como la construcción del Museo Guggenheim o el Palacio Euskalduna, la limpieza de las aguas opacas, la apertura del Museo Marítimo de la Ría donde estaban los muelles y la urbanización general del entorno, recuperándolo para los ciudadanos y turistas.

Entre los equipamientos incorporados hay varios puentes. Uno de los más conocidos, tanto por razones positivas como negativas, es el de Zubizuri, que en euskera significa Puente blanco, evidentemente por su color. Su diseño es obra del inefable Santiago Calatrava, que recibió el encargo de enlazar las dos riberas de la ría desde el Paseo del Campo Volantín hasta el Paseo Uribitarte, en el Ensanche.

Pero algo salió mal. Bueno, algo no, mucho. En primer lugar, el Ayuntamiento se quejó de que la Alameda de Mazarredo, que es una calle situada en un nivel más alto del margen izquierdo y que conecta con el centro urbano, seguía aislada. No sé si hubo falta de comunicación previa o qué. El caso es que, como Calatrava se negó a hacer una prolongación de su pasarela para solventarlo, se contrató para ello al arquitecto japonés Arata Isozaki, que ya había levantado allí las torres que llevan su nombre.

Desde la izquierda, con las torres Isozaki Atea al fondo
Isozaki añadió el tramo solicitado en 2006... y Calatrava demandó al Consistorio por alterar su obra de arte, aduciendo la vulneración de la propiedad intelectual. La cosa acabó en los tribunales, que dictaron una sentencia salomónica: se conservarían las reformas pero indemnizando al arquitecto valenciano, quien donó el dinero obtenido a la Casa de Misericordia bilbaína.

Sin embargo, no era la única pega del Zubizuri. El suelo del puente está hecho con medio millar de baldosas de vidrio que con la lluvia se vuelven tremendamente resbaladizas. Y, claro, en el norte de España llueve. Mucho. Asi que, desde su inauguración en 1997, aquello se convirtió en una pista de patinaje en la que más de un peatón acabó por los suelos. Yo no pude comprobarlo porque el Ayuntamiento, harto de demandas, mandó tapizar el paso con una larga moqueta gris que salvaguarda la integridad física de quien lo cruza pero estropea la imagen, ocultando el cristal. Creo recordar que a Calatrava tampoco le hizo gracia.

El puente, con la moqueta cubriendo las bladosas de vidrio

Por lo demás, es un bonito puente colgante sostenido por tirantes de acero desde un arco inclinado y con la peculiariedad de que el paso no tiene forma recta sino ondulante, accediéndose por unas escaleras (o rampas, si se va en silla de ruedas). Es inevitable verlo (y cruzarlo) si se pasea por la zona, ya que el Guggenheim está muy cerca. Lo que no sé es si aún conserva los candados que pusieron los enamorados siguiendo la moda aquélla de la novela de Federico Moccia, Tengo ganas de tí. Otro añadido que seguramente disgustaría al autor.

P.D: Apenas acabo de escribir esto y dicen en las noticas que Calatrava ha sido condenado por un juzgado de Oviedo por errores de diseño en el Auditorio que hizo para esa ciudad. Como también lo han llevado a los tribunales en Valencia y Venecia habrá que deducir que la fantástica parte artística de sus creaciones no va acompañada de su correspondencia técnica.

Fotos: JAF

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