La Isla del Castigo en el lago Bunyonyi


Aquella tarde el camión avanzaba con dificultades por el estrecho sendero, patinando sobre la arena roja característica de África y amenazando con caer por el barranco que se abría a la derecha. Los pocos que no tenían un nudo en la garganta imaginando la caída era porque acababan de recibir el impacto de alguna hoja de palmera colándose por la ventana, pero algunos estábamos un tanto ajenos a todo escuchando la historia que nos contaba Laura sobre el lugar a donde nos dirigíamos.

Laura, nuestra guía en Uganda -es de Sevilla así que nada de sombrero con tira de leopardo o pipa en la saharariana al estilo Stewart Granger-, había empezado por desgranar algunas características del lago Bunyonyi: uno de los más profundos del continente (el fondo se encuentra entre 44 y 900 metros) pese a no ser especialmente grande (unos 25 kilómetros de largo por 7 de ancho), pero con la particularidad de poseer 29 islas de diversos tamaños, algunas con alojamientos turísticos. Aparte de la belleza del sitio, un tanto extraña porque tiene uno la sensación de estar en algún fiordo escandinavo, algo subrayado por la suave temperatura ambiente (está a 1.962 metros de altitud), la ventaja del lago Bunyonyi radica en que sus aguas están libres de cualquier peligro, sea en forma de cocodrilo, serpiente, hipopótamo o bilharzia, lo que permite bañarse o remar sin temor. Casi ni hay peces, pues la mayoría murieron en los años sesenta por una sequía.


Pero lo verdaderamente interesante del relato de Laura era la siniestra -y, por tanto, fascinante- historia de la Isla de Akampene o Isla del Castigo. El nombre viene de la costumbre de la tribu Bakiga, que habita la región junto a los Batwa, de condenar a las mujeres solteras que se quedaban embarazadas por considerarlo una deshonra para la familia. Se dice que, al principio, el hermano mayor debía arrojarlas por una catarata pero se cambió de sistema cuando una víctima arrastró consigo a su verdugo. Desde entonces se optó por abandonarlas en el citado islote, apenas unos metros cuadrados de tierra con un árbol raquítico en medio, del que no podían escapar porque casi nadie sabía nadar y donde no había de qué alimentarse.

La única forma de sobrevivir para una de esas infortunadas era esperar que la rescatara algún hombre lo suficientemente pobre como para no poder reunir una dote normal y se casara con ella. La última mujer que pasó por esta costumbre, que se mantuvo hasta la mitad del siglo XX, fue salvada así y murió en 2009. Dicen que tenía 115 años, cosa poco creíble en un país en el que la esperanza media de vida femenina es de 45 años.

Por supuesto, nada más llegar al campsite y acomodarnos en nuestra tienda corrimos a alquilar una canoa para ver de cerca la Isla de Akampene. Es la pequeña línea oscura con algo parecido a un árbol que se aprecia en la segunda foto.


Foto 1: wikimedia
Foto 2: Marta B. L.

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