Zeta zeta paf

Cuando se va a determinados lugares del mundo hay que tener cuidado con la fauna local, y no me refiero a los vendedores. Hablo de los animales. Por ejemplo, si uno decide acercarse a Kenia parece lógico saber que se encontrará elefantes, cebras, monos, hipopótamos, gacelas, buitres, rinocerontes, búfalos... Incluso es posible encontrar depredadores, como guepardos, cocodrilos, leopardos o leones. 

Cualquiera que se está planteando viajar hasta allí pero le asalte la duda de si debe soltar un dineral para luego no ver ningún bicho, ya puede preparar el petate porque la respuesta es que sí. África es un poco especial para eso. Aunque las guías de viajes digan que es imposible garantizar que se verán, la realidad es que debería ser al revés: la imposibilidad reside en no ver animales. Y además sin esfuerzo. No tiene nada que ver con nuestros bosques, por ejemplo, donde vislumbrar de lejos una ardilla o una cabra es casi como descubrir una nueva especie.

Pero me estoy desviando. Yo hablaba de la peligrosidad. Y en Kenia el riesgo, si no es exagerado hablar así, se halla tanto en pleno safari como en el hotel. Son riesgos diferentes, eso sí. En la sabana está prohibido descender del vehículo porque nunca sabes donde puede haber un león agazapado esperando la merienda. ¿Y qué pasa con el hotel? ¿Se cuelan las serpientes? ¿Hay enormes tarántulas en la cama? ¿Vuelan los anofeles de la malaria intentando atravesar la mosquitera? 

Por si acaso recomiendo hacer un rápido safari bien armado con un insecticida. En Nairobi un spray formaba parte del kit de regalo al cliente, junto con el jabón y el champú. Con él rocié paredes, cama y lámparas porque recordaba mi experiencia con los mosquitos de Ákaba el año anterior. Buscando desinfectar hasta el último rincón se me ocurrió atacar la parte superior del armario ropero. Apunté, pulsé el botón y, como por arte de magia, de pronto emprendió el vuelo una nube de insectos, un enjambre de bichos de todos los tamaños, colores y zumbidos que parecían tener concertado allí el punto de reunión para una jornada nocturna chupasangres de la que me libré gracias a mi celo cinegético. La experiencia es un grado y prefiero mil veces los leones a los mosquitos.

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